Blog de Juan Fernández

De todo un poco, como en botica. Apuntes medioseculares, donde, por hablar, se habla hasta del gobierno. Este blog cuenta con la bendición de los siguientes santos: San Woody, San Humphrey, San Frank McCourt, Santa Almudena, Grande de España, patrona de los canadienses, y Santa Dorothy Parker. Borrachos y borrachas de sombra negra, abstenerse.

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domingo, junio 19, 2011

September

Otro curso más, cinco temporadas ya de blog, y uno se despide hasta septiembre. Gracias por la compañía. Tengan cuidado ahí fuera. Buen verano y buena suerte.

viernes, junio 17, 2011

Despedidas

Y por partida doble. Cena con los alumnos que han obtenido el título de Bachillerato. Están verdaderamente elegantes, con sus trajes y corbatas ellos y sus vestidos y zapatos con tacones de aguja ellas. Hay algo conmovedor en su ritual de tránsito al mundo adulto, en su liturgia iniciática, en la manera un tanto impostada con la que enmascaran su incertidumbre, en la gravedad inédita con que charlan enre ellos, en cómo machihembran  la euforia por la etapa terminada y la inseguridad ante el porvenir. Han sido muchas las risas (profe, nunca he visto a nadie contar chistes peores que los tuyos), las discusiones sobre el innombrable (está bien, Mourinho), los análisis sintácticos, los comentarios de texto, los debates, la literatura (profe, tengo pesadillas con Joyce). Ahí estamos, varios profesores (con el nuevo equipo directivo al frente) acompañándolos, teniendo el privilegio de ser aceptados en su hábitat natural, y no puedo evitar llamarlos de nuevo príncipes de Fuenlabrada, reyes de Nueva Castilla, y desearles a lo Cavafis un buen viaje a sus respectivas ítacas.
Y luego, hoy, comida con Tino, que se nos jubila. Mi radical individualismo, mi alergia a toda suerte de clanes, tribus, sectas o mesnadas, mi espíritu barojiano, no me impide, en una sensación simplista e intuitiva, sentirme cómplice de gentes como este leonés racial, dispuesto a batirse en duelos a primera sangre sobre cualquier tema al que se le rete. Tino es uno de esos maestros de fiera apariencia y alma samaritana, un profesional con el que ha sido un honor compartir tertulias, partidos de fútbol, guardias, juntas, claustros, comidas, siempre con esa sonrisa socarrona en los labios, el brillo malicioso en sus ojos, el verbo escéptico, su aspecto de juez huraño qu siempre acaba absolviendo al alumno. No conozco a nadie que haya hablado mal de él. Es muy difícil, casi inviable, no confraternizar con él. Oye, que os siento como mis amigos, coño, sois mis amigos, nos ha dicho a los postres. Y por un instante hemos aparcado nuestro disfraz de machos coriáceos y nos hemos emocionado de veras. Menos mal que el propio Tino nos ha salvado in extremis cuando ha dicho, bueno, chicos, habrá que tomar unos chupitos, ¿no? Claro que somos tus amigos, maestro.

jueves, junio 16, 2011

Némesis

Hay quienes creen que pasar de puntillas por la vida es prueba inequívoca de éxito y prudencia, tipos a los que se etiqueta con calificativos de tío majo o buena persona y cuya principal virtud es guardar un silencio funerario y ovino ante la autoridad competente y no quebrantar abiertamente el código moral de la tribu. Felizmente, Philip Roth no es uno de esos tipos repugnantes: es un formidable tocapelotas, de ahí que diversos colectivos, empezando por la comununidad judía y continuando por la feminista radical, para acabar con diversas banderías religiosas, hagan vudú con su figura y haya recibido numerosas amenazas de muerte. Quiere decirse que Roth tiene la sagacidad necesaria para hurgar en las heridas ocultas, el arrojo de enfrentarse a la verdad revelada por oráculos de diverso signo y la brillantez precisa para hacerse oír. En esta su última novela, Némesis, lleva a cabo una sutil disección del peso de la culpa sobre la vida de un arquetipo, Bucky Cantor, un joven profesor judío, dentro del contexto de la epidemia de polio que asoló los Estados Unidos en los años cuarenta. Bucky arrostra un sinfín de sentimientos de culpa: no haber podido participar como soldado en la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su madre al parirle, la figura delictiva del padre, las muertes por la polio de varios alumnos suyos, la aceptación para trabajar en un campamento de verano abandonando su primer colegio y el cuidado de su abuela... Una de las piezas maestras de las religiones es precisamente esa: la inculcación, cuando estamos indefensos, en nuestra infancia, de unos valores irracionales que se dan de bruces con la lógica y el sentido común, pero de los que no lograremos zafarnos durante el resto de nuestra existencia. Estoy hablando, por ejemplo, de la criminalización del placer, de la implantación de un modelo monopolista de familia, de la aceptación incondicional de jerarquías, de la apelación a entes inefables (dios, la patria), y de la exaltación del sufrimiento como medio para alcanzar una postrera recompensa en el paraíso celestial. Para reflejar todo esto, Roth recurre a una prosa fluida, a algún golpe de efecto (hasta la mitad de la obra no nos enteramos de la identidad de la voz narradora), de una estructura tripartita en diferentes épocas, de unas caracterizaciones, especialmente la del protagonista, perfilada con la paciencia de un orfebre, y finalmente, a la autenticidad que destila la galería de personajes y su peculiar universo. Con su ejemplo, el veterano escritor, nos lanza un escueto mensaje: si nunca te han partido la cara es que careces de personalidad, muchacho.

miércoles, junio 15, 2011

Reversibilidad

Aunque se habla del marco espaciotemporal de forma unitaria, hay sin embargo algo que los diferencia, al espacio y al tiempo, de forma sustancial: la reversibilidad. En el espacio, uno puede desandar tranquilamente el camino, retornar al punto de partida, rectificar la opción tomada en primera instancia en una bifurcación. Lamentablemente, no ocurre lo mismo con el tiempo. Cada vez que tomamos una decisión, esta nos conduce a una serie de situaciones, personas, ambientes, y ya nunca será posible regresar al punto de partida, como en el espacio. Cuento todo esto porque una mujer, de treinta y tantos años, acaba de sufrir una experiencia bastante singular. Al despertarse una mañana, tuvo la certeza de ser una adolescente de quince, y no reconocía ni su habitación, ni su casa, ni la imagen que se reflejaba en el espejo. Necesitó de una intensa terapia de dos largos meses para volver a aceptar quién era, una madre treinteañera. Así las cosas, muchos nos preguntamos en qué momento tomamos el desvío hacia el cul-de-sac en que nos hemos instalado con la alegría y confortabilidad de lo reconocible, eso tan precario que llamamos estabilidad.

martes, junio 14, 2011

Cuestión de carácter

Escucho en un western, Bandido, la siguiente exclamación a un personaje mejicano: al que se raje, me lo trueno. Confieso que esta misma mañana habría tronado muy a gusto a dos personas, pero un fuerte carácter no está en mi muestrario de virtudes.

lunes, junio 13, 2011

Papa Hemingway

En un brillante artículo, John Walsh desmenuza los pormenores que, en su opinión, explican la biografía de Hemingway y su postrer suicidio. Todo arrancaría, como de costumbre, en la infancia: una madre que le vestía como si de una niña se tratase y un padre que lo fustigaba sin piedad. Todo ello alimentó un odio incontenible hacia ambos, hasta que el padre se voló los sesos (como haría él mismo años más tarde) y concentró toda su inquina en la figura materna, a quien culpó del suicidio. Es decir, toda su fanfarronería, la ingesta infinita de daiquiris, whisky, martinis y cualquier otra bebida alcohólica que se le pusiera a tiro, la caza mayor, la pesca en alta mar, la colección de amantes, el amor por el riesgo, los múltiples accidentes, su impronta de macho alfa inasequible al desaliento, su aire bélico, su leyenda de hombre más allá del bien y del mal, obedecía a la necesidad compulsiva de salvar la imagen, de estar a la altura de una leyenda que se fue labrando en el París de la generación perdida (donde le pudo certificar a Scott Fitzgerald que el calibre de su pene era suficiente para satisfacer a Zelda), en la Cuba prerrevolucionaria, en la España guerracivilista, en la África colonial. De todas sus obras, mi preferida es París era una fiesta, una novela crepuscular donde asoma el hombre nostálgico, el más auténtico, aquel que sabía que los resplandores son efímeros y acaban cegando la vista y el sentido común, el que sabía que, en el mejor de los casos, la gloria solo da para una buena cagada de palomas sobre tu puta estatua.

viernes, junio 10, 2011

Eugéne Atget

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, mientras otros fotografiaban salones rutilantes, toda suerte de próceres, damiselas de alta alcurnia y jardines versallescos, Eugéne Atget cargaba a hombros cada mañana con su pesada cámara de fuelle y recogía instantáneas de calles desérticas, edificios en ruinas, carros de todo tipo, estatuas, aldabas, prostitutas, anuncios, los jirones de un París oculto, en las antípodas de la belle époque, el reverso de las vanguardias, la geografía por la que nunca se supo de la generación maldita, de Gertrude Stein ni de tanto calavera que pensaba que el sol nacía cada noche del fondo de su vaso de absenta. Utilizaba placas de vidrio para no perder detalle y para los positivos, un papel de albúmina que le confería al resultado final un lustre cotidiano, la autenticidad de lo sencillo. Pionero del documentalismo gráfico, de lo que luego Unamuno llamaría la intrahistoria, Atget deviene en el cartógrafo de lo ignoto, y con su maestría perspectivesca, su delicado manejo de la luz, a menudo macilenta y desvaída, como corresponde a su universo cenagoso, nos invita a un viaje por el submundo y nos sugiere que, en ciertas latitudes, el punto de fuga solo conduce al abismo.

jueves, junio 09, 2011

Upside down

Ahí estoy yo, bien plantado en el asiento, dispuesto a hacer una tabla de ejercicios en el gimnasio. Solo se trata de elevar diez veces en cada serie las barras que hay sobre mi cabeza. Me dispongo a empezar. Coño, no logro mover ni una pulgada. Redoblo esfuerzos. Nada. El rostro contraído, algún leve gemido... Nada. Un tipo con espalda a lo Burt Lancaster en Trapecio pasa a mi lado y se detiene un par de pasos más allá. Me observa atentamente, con la curiosidad rutinaria de un entomólogo. Es ahora nunca, Wittgenstein contra Mazinger, la cultura contra la bruticie. Al borde del infarto, lo intento desesperadamente una vez más. En vano. Por fin, se me acerca, y con modales exquisitos y una voz urbana, me dice: es para abajo, tienes que empujar hacia abajo. 

miércoles, junio 08, 2011

Del statu quo

Y a propósito de Nadal y los gabachos: ¿cómo se explica que año tras año le obsequien al bueno del mallorquín con unas ruidosas pitadas y se pongan inequívocamente del lado del contrario, sea este el hierático Soderlin o el no menos hierático Federer? Tengo mi teoría al respecto: por su quebrantamiento del statu quo. Mientras que Federer viene de la ubérrima y feraz Suiza, tiene un porte imperial, habla idiomas, manifiesta un soberbio control de sus emociones (menos cuando arranca a llorar en plena ceremonia de entrega de trofeos) y es un europeo con pedigrí, Nadal proviene de un país advenedizo, periférico, que hasta hace bien poco enviaba mano de obra barata a las mismas calles de la ciudad donde se disputa el torneo. Cómo osa, se dicen en su fuero interno, este plebeyo irrumpir con tamaña insolencia en la corte imperial, cómo alguien de rostro atezado (coño, no ha puesto bruno) se atreve a romper la monotonía nívea, el brillo ebúrneo. No me gusta contar anécdotas personales en este blog, salvo para practicar la self-deprecation, pero haré una excepción. Cuando a mis once añitos fui el único del pueblo (nos presentamos quince) en obtener la preciada beca para Cheste (eso me salvó de la miseria cultural y de otra clase), el clan dictó sentencia: se lo han dado porque su familia no tiene tierras. Pero cuando, en otra convocatoria de ese mismo año obtuve una beca de menor cuantía que el resto para estudiar en un pueblo cercano, el argumento fue que había sacado menos nota. Delibes en sus novelas muestra una visión idílica de la vida en los pueblos, y se comprende, porque él los visitaba en plan señorito de ciudad, escritor y catedrático de Derecho, y no sabe hasta qué punto son obsequiosos y serviles en la España profunda. Ya podían ser un poco más serviles (y educados) estos jodidos gabachos con el legendario Nadal y aprender que el statu quo está para que le den por retambufa.

martes, junio 07, 2011

Pequeñas mentiras (y grandes coñazos)

Un tío se pega una hostia que te cagas contra un camión cuando va en moto y se queda hecho un cristo (tanto que al final la palma). Sus colegas, que son unos cabrones, pasan total de la movida y se van a la playa a pasar las vacaciones como si nada, tú, y ahí venga a echar risas, y hay un tío mongui total, con unos dientes fetén, eso sí, y otro que se ralla con unas comadrejas, y otro bareta que quiere salir del armario, el muy mariconcete, y le tira los tejos, descarao, al de las comadrejas, y la mujer de este está hasta los ovarios, y luego hay una tía que se tira a un par de tíos, pero a quien le hubiera gustado tirarse era al que muere, o sea, no sé si me explico, y también hay un actor de segunda que le gusta tirarse a jovencitas, es tonto el pibe, nos ha jodío, y la mujer del gay se siente fatal, porque pilla el rollo, todo esto con canciones de cuando nuestros padres, a cámara lenta y tal, en plan videoclip. Al final, en el funeral por el muerto, hablan unos pocos, la que se lo quería tirar y el medio gay, y menos mal que en esas aparece un cachas que también vivía en la playa y tira un saco de arena encima del ataúd, para que el cadáver también disfrute un poco del ambiente marino en la otra vida. La peli dura dos horas y media, pero parecen cuatro. No me extraña que estos gabachos piten a Nadal, tronqui, puta envidia.

lunes, junio 06, 2011

De la diversidad de lo único y la unicidad de lo plural

En Alcalá 31, la Fundación Telefónica muestra en su exposición 1000 caras/ 0 caras/ 1 rostro, la obra fotográfica de tres autores, la estadounidense Cindy Sherman, el alemán Thomas Ruff y el mejicano Frank Montero. Empecemos por este último. Hace unos años, alguien que compró un mueble en un rastrillo, se encontró en su interior con esta colección de autorretratos, realizados a lo largo de su vida. Todo apunta a una fastuosa obra mistificadora, en la que nada parece concordar con la información suministrada a pie de foto, por lo que probablemente nos hallemos ante una broma descomunal, otro militante de lo apócrifo. Por su parte, el alemán Ruff se propone con sus despersonalizados primeros planos de diferentes personas, con idéntica inexpresividad y sobre fondos neutros, demostrar que el retrato en modo alguno puede reproducir la personalidad individual, la esencialidad personal, y que intentar ir más allá de su marco bidimensional es tan estéril como votar en unas elecciones. Y, por último, Sherman se disfraza ad infinitum, siempre ella como actriz y fotógrafa, demiurga y personaje, para de esta manera impostada reflejar nuestras máscaras sociales, las poses que adoptamos al viajar en un autobús o los clichés de los que se alimenta y prolonga al mismo tiempo la cultura cinematográfica. Al final, van a llevar razón los del padre Ripalda: somos uno y trino, por lo que deben extremar las precauciones cuando les toque el turno de paloma: hay mucho palomero con las escopeta cargada, vive dios.

domingo, junio 05, 2011

Picasso

De casta...

viernes, junio 03, 2011

Del placer

Hay en todos los elementos una vocación de círculo, no precisamente infernal. Dos aros escoltan en perfecta simetría un rostro extático, a punto de arrancar a volar (el propio pelo tiene ya un contorno aliforme), mientras de una boca volcánica brota un rugido telúrico, con una intensidad tal que la protagonista se ve obligada a cerrar los ojos, como en una caída libre, a sabiendas de que en la región donde se está adentrando los cuerpos pierden sus propiedades terrenales y el imperio del placer es el único sentido.

jueves, junio 02, 2011

Del tiempo

David Eagleman se cayó del tejado cuando tenía ocho años, y la caída se le hizo tan eterna como a Alicia en el país de las maravillas. A partir de ahí, empezó a investigar acerca de nuestra percepción del tiempo, y tras muchos años de investigación, ha llegado a conclusiones sorprendentes. Para empezar, el presente no existe. Lo que percibimos como tal, ha pasado hace medio segundo, al menos, el periodo que necesitamos para reordenar todas las sensaciones que nos llegan por diferentes conductos. Además, dicha percepción, la del tiempo, está repartida por diversas zonas de nuestro cerebro, y dependiendo de su amplitud (segundos, horas, días...) entran en acción el hipotálamo, los ganglios basales o el cerebelo, sin ir más lejos. Añádase que cada sentido tiene su propio ritmo, de modo que lo primero que percibimos es lo que nos llega a través del oído, salvo cuando el ruido se produce a una gran distancia. Eagleman hizo un curioso experimento con varios voluntarios: estos debían realizar una caída libre durante treinta segundos y medir mentalmente el tiempo que pensaban que habían invertido: el resultado fue sorprendente, ya que calcularon que habían rebasado el minuto, lo que confirma la teoría de Eagleman, cuando proclama que el tiempo es una materia elástica. Tan elástica, que cuando tenemos fiebre, el tiempo se ralentiza. Por último, la razón por la que en la madurez el tiempo se nos pasa vertiginosamente y se demora en la infancia, es por la cantidad de novedades que debemos registrar en esta. Lo del tema y el rema, aplicado a la consciencia. Espero que esta entrada no se les haya hecho eterna.

miércoles, junio 01, 2011

Mariano

El mismísimo Leonardo se habría sentido orgulloso de él. He llegado a conocerle merced a una cadena de corrientes afectivas, y desde el primer instante el diálogo ha surgido de forma espontánea. Luego, se ha ofrecido como cicerone por el centro histórico de Cáceres, un Cáceres muy sugerente, bajo una lluvia de primavera tardía, y hemos ido paseando perezosamente por entre iglesias y palacios, por unas calles vacías, mientras la ciudad permanecía enclaustrada disfrutando de la final de fútbol entre el Manchester y el Barça. Mariano me va descubriendo sus diferentes facetas artísticas, su condición de saxofonista de pro, acostumbrado a tocar en giras por diversos países europeos. Me habla también de su faceta creadora, como compositor, pero es al llegar a su casa cuando me muestra ufano los muebles de la misma. Unos muebles de época, repletos de filigranas, con un trabajo de miniaturista, con la delicadeza de un orfebre, de alguien que ama el oficio. Los he hecho yo, todos, proclama con legítimo orgullo. Coño, Mariano, le digo, estás hablando con un tío que siempre suspendía Trabajos manuales. Y se ríe, el muy puñetero.