Retiro
Giorgio Morandi fue capaz de reducir la materia a una esencialidad kantiana, aplicando la máxima de Hemingway de mostrar solo una mínima parte, con una técnica frugal, engañosamente sencilla. De manera obsesiva, encerrado en su estudio de Bolonia, pasaba los días pintando variaciones de un similar bodegón, como hizo Bach con una de sus piezas musicales. Ese despojarse de lo accesorio, su monástica renuncia a lo superfluo e intrascendente, dotó a su pintura de una dimensión a un mismo tiempo onírica y real y de una musicalidad callada en la que los volúmenes hacían las veces de notas. Morandi me parece una excelente forma de clausurar este blog que nació hace ya dieciséis años, seguramente a lomos de una vanidad inconfesa, de la íntima convicción de que lo aquí narrado tenía algún valor. Me convencía diciendo que uno escribe para los nietos venideros, si los hubiere, con la esperanza de que todo esto tenga para ellos algún interés antropológico, que supieran de exposiciones, libros, películas y obras de teatro de otra época, de las cosas que hizo un su abuelo que tampoco ganara una batalla ni tuviera una espada. Algo me queda, sin embargo, tras el naufragio: un puñado de amigos que me sacan a pasear (a veces sospecho que se ponen de acuerdo para turnarse), unas hijas de las que me enorgullezco, una casa, unos alumnos entrañables, la ilusión de ver publicada en año y medio la que será mi sexta obra, otra novela, Jerarquía, y un proyecto entre manos, un libro sobre el último Goya, Perder la cabeza. Cuando me siento perdido, tiro de memoria y recuerdo a algunos gigantes a quienes tuve la suerte de tratar y querer: los hermanos Ruiz, Claudio y Eusebio, que no se arredraron ante las amenazas de muerte en tiempos herrumbrosos; Lourdes, mi primer gran amor, capaz de superar la más devastadora de las adversidades, la muerte temprana de una hija; Perico, que me enseñó que la verdad puede ser molesta, pero no negociable; mi hermana Paqui, que murió a los 29 años, pero vivió lo suficiente para enseñarnos el significado de la palabra coraje; y Lola, claro, que nos dio una lección de generosidad y valentía sobre cómo sostener la sonrisa y la compostura hasta el último instante, cuando la muerte se abate implacable como un cuervo fúnebre sobre ti, y con quien tanto quería.
Com que palavras / ou beijos ou lágrimas / se acordam os mortos sem os ferir, / sem os trazer a esta espuma negra / onde corpos e corpos se repetem, / parcimoniosamente, no meio de sombras? Eugénio de Andrade, Pequena elegia de setembro
Time, we both know, will decay You, and already / I’m scared of our divorce: I’ve seen some horrid ones. / Remember: when Le bon Dieu says to You Leave him!, / Please, please, for His sake and mine, pay no attention / To my piteous Don’ts, but bugger off quickly. W. H. Auden, Talking to myself
Deberías marcharte. La fiesta ha terminado. Carlos Marzal, El último de la fiesta
2 Comments:
Fue un gran placer leerte. Gracias por haber compartido las pinceladas de tu saber, de tu sentir. Un abrazo grande.
Gracias a ti, sobre todo por tu ayuda cuando aquello.
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