Goya y Burdeos
He ido a Burdeos especialmente para conocer por dentro esta casa, donde Goya pasó sus últimos cuatro años de vida y murió en abril de 1828. El trato dispensado por el personal del Instituto Cervantes ha sido inmejorable. Al llegar, me dirijo a la biblioteca y me presento. Te estábamos esperando, me dice la bibliotecaria. Y de inmediato avisa a Marie, la jefa del departamento de Cultura, una mujer vivaracha y enjuta de enorme sabiduría, quien durante una hora me va mostrando uno por uno los rincones del edificio, sin omitir la chimenea y el retrete. Es un privilegio impagable oírla hablar con esa pasión del pintor aragonés y de las múltiples vicisitudes por las que pasó el lugar donde nos encontramos. Presume, justificadamente, de su vieja amistad con el doctor Fauqué, personaje clave en la creación de la sede cervantina. La directora (y gran escritora), Luisa Castro, sale a saludarme y mantiene conmigo una conversación que se prolongará con más calma luego a pie de calle. Por la tarde, María Santos, profesora de la universidad de Burdeos, me recibe en su casa, donde me ha invitado a tomar un café. Es la suya una casa señorial, llena de objetos sorprendentes, con dos amplias plantas y un jardín envidiable. Me habla de su último libro, sobre el último Goya, y de cómo se introdujo en la oligarquía bordelesa. Tienes ahí un buen argumento para una novela, le indico. Ignoro cómo lograré plasmar en la novela este día mágico, pero sin duda el viaje ha merecido la pena. Definitivamente, hay que arrimarse a los buenos. A las buenas, en esta ocasión.
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