Hamnet
Es harto probable que Hamlet,
quizá la obra de teatro más universal, no existiría de no ser porque
un hijo de Shakespeare, Hamnet, murió como consecuencia de la peste bubónica a
los once años. En torno a este personaje y a su madre, Anne Hathaway (y al
resto de la familia, en un segundo plano), la escritora irlandesa Maggie O’Farrell
ha tejido una obra portentosa. Lo hace con un control tenaz del ritmo, con
una hábil estructura narrativa y con una caracterización esmerada de los
personajes. Impresiona no solo la cuidadosa documentación que se advierte en la
novela, sino también la certera selección de los detalles, cómo va ilustrando
la trama con unas pinceladas discretas, sin exhibicionismo alguno. Pero es su
tono intimista, salmódico y falsamente monocorde, el que cautiva. Recurriendo a
un tiempo presente, que fluye naturalmente, y al uso maestro del estilo
indirecto libre, O’Farrell logra iluminar una zona históricamente en penumbra, el
trasfondo del bardo al principio de su carrera, cuando aún no era más
que un afán sin consistencia, un joven atribulado, lleno de incertidumbres. Es inevitable
enamorarse de esa Agnes tan sabia, paciente, rebelde y corajuda que no se resigna a
ser una nota a pie de página y que nunca supera la pérdida de su hijo, pese a su
tenaz empeño y su dominio de los brebajes terapéuticos de la época. Su voz queda e
hipnótica nos va envolviendo en algo que si no es un conjuro, se le parece
mucho. Pocas veces he visto reflejado el desgarro del duelo de esta manera: They
speak to her, these people. She hears words and voices, murmured mostly, but she doesn´t raise her
head. These people, walking in and out of her house, pushing speech and
utterances towards her ears, are nothing to do with her. They offer nothing she
wants or needs.
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