Blog de Juan Fernández

De todo un poco, como en botica. Apuntes medioseculares, donde, por hablar, se habla hasta del gobierno. Este blog cuenta con la bendición de los siguientes santos: San Woody, San Humphrey, San Frank McCourt, Santa Almudena, Grande de España, patrona de los canadienses, y Santa Dorothy Parker. Borrachos y borrachas de sombra negra, abstenerse.

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sábado, julio 31, 2021

Unas nubes apenas

 

Confiesa Luis Landero en El huerto de Emerson que al ir a depositar un ramo de flores en la tumba de sus padres en el cementerio de La Almudena, como quiera que ya no contaba con las orientaciones de su madre, no supo llegar y acabó dejando las flores en la tumba de un desconocido. Nunca he entendido este alarde de patanería en tantos escritores, como si quisieran presumir de su pertenencia a otra galaxia. Yo sí sé dónde está la tumba de Lola. Tras pasar junto al puesto de flores de la entrada, donde le he comprado una rosa, y el crematorio, tengo que atravesar todo el cementerio por la avenida principal, paseando junto a olmos y moreras. Ella está poco antes de llegar al final, cuando empieza una zona de columbarios, en la parte más próxima a las tumbas junto a la tapia.  Basta con prestar un poco de interés por el mundo terrenal y desviar la mirada del ombligo lírico, admirado Landero.

domingo, julio 18, 2021

El cementerio de La Florida

José Luis me está esperando puntualmente sentado en un banco junto a la estatua del Pintor Rosales, según lo acordado. Busca a un tipo calvo y con barba, me había advertido para reconocerlo, pero es él quien me reconoce a mí. Es una mañana de sábado luminosa y tranquila. Emprendemos la bajada hacia el cementerio de La Florida, cerrado al público, caminando por unos senderos del Parque del Oeste. Ya antes de abrir, locuaz y didáctico como es, acostumbrado a las largas disertaciones profesorales, me ha anticipado lo que se me empieza a antojar una catástrofe: que el cuadro de marras de los fusilamientos del 3 de mayo solo es un plagio. Ya dentro del cementerio hurgará más en la herida: el tipo de la camisa blanca no existió, añade. Me has destrozado la novela, le digo, porque gran parte de ella se basa precisamente en el cuadro y en el personaje de la camisa blanca. Se ríe, compasivo, y me dice que el fraile que aparece sí es real. Siempre te queda la posibilidad de cambiar el enfoque, añade. Continúa desgranando anécdotas y aventurando hipótesis. Cuando bajamos a la cripta todo cobra un aire irreal, de pausa histórica. Muchas gracias por todo, le digo al despedirme. Ya quedaremos para hablar con calma, me contesta. 

domingo, julio 11, 2021

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos

El cine francés es a menudo un cine de tesis. La de esta película sería el desajuste entre la convención y el deseo. Una de las muchas concesiones que hemos hecho para que nos acepten en la gran representación mundana es renunciar al impulso del deseo y asumir el monopolio privado de los cuerpos. El cuerpo se convierte por una ley contractual en una mercancía, en una heredad. Ello va contra nuestra íntima pulsión animal y conduce, se tome la opción que se tome, el acatamiento o el desafío, al desastre. Si lo primero, renunciamos al festín de los sentidos y a la alegría íntima que proporciona el placer sin fronteras ni prejuicios. Si lo segundo, nos adentramos en el territorio de las sombras y la doble vida del hereje. Los personajes de la película, contra lo aprendido, se van enamorando sucesivamente, habitando otros cuerpos, rompiendo los grilletes morales. En vano tratan de reprimir los afectos, de reconducirlos. Y en esa falta de sintonía entre lo que se espera de nosotros y lo que anhelamos se cifran nuestra melancolía y la insobornable sensación del tiempo perdido, de fracaso. El cuerpo ajeno siempre no es necesario, sea en forma de volcán que nos abrasa o de puerto que nos refugia. Todos los intentos por sublimar esta realidad han acabado fracasando y creando unos monstruos con sotana raída y una halitosis repugnante. 

domingo, julio 04, 2021

The Cazalets

 De un tiempo a esta parte, desde cuando aquello, me refugio en el lado amable de la vida. Mantengo conversaciones intrascendentes, doy paseos por la naturaleza, leo y veo películas o series. Acabo de terminar The Cazalets, la historia de una familia de clase media alta de Sussex, Inglaterra, durante los años cuarenta del pasado siglo. Salvo uno de los tres hermanos, un seductor canalla y sin escrúpulos, la larga saga de parientes rezuma sensatez y solidaridad. Me reconfortan el paisaje de la campiña, los rostros amables de gentes a quienes la vida ha situado en una cómoda atalaya desde la que mirar con condescendencia al resto de los mortales. La serie adolece de un notable acriticismo, lo sé, es una perspectiva ilusa, con criados agradecidos y amos caritativos, pero aun así le reconozco el mérito de lo bien acabado, del traje bien cosido. La maldad del hermano descarriado realza la bondad del resto de los personajes, es el contrapunto perfecto para resaltar la blancura sin tacha del resto. Es posible que me esté volviendo un viejo ñoño. Me sigue resultando extraño ver las series sin ella. Estoy seguro de que le habría gustado este melodrama.