Blog de Juan Fernández

De todo un poco, como en botica. Apuntes medioseculares, donde, por hablar, se habla hasta del gobierno. Este blog cuenta con la bendición de los siguientes santos: San Woody, San Humphrey, San Frank McCourt, Santa Almudena, Grande de España, patrona de los canadienses, y Santa Dorothy Parker. Borrachos y borrachas de sombra negra, abstenerse.

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lunes, junio 30, 2008

Lady Voldemort

Adolecen muchas memorias, y estas a su manera lo son, de un alto grado de exaltación e indulgencia hacia sí mismo por parte del autor de las mismas, una visión edulcorada rayana en la Arcadia, donde todos los contratiempos se achacan a los otros (el infierno son los otros) o a los imponderables. En mi caso, debo reconocer, no sé si paladinamente o no, que en un par de ocasiones, el principal responsable del desaguisado fui yo mismo. Cuando alguien no encuentra antídoto alguno contra una campaña de acoso y derribo, cuando no es capaz de plantarse ante su agresor (agresora, en este caso) y se limita a esperar la llegada del fin de curso para superar la situación, debe entonar su porción de mea culpa. De acuerdo en que, llamémosla así, Lady Voldemort era la perfecta amalgama de la demencia y la agresividad, en que sus desmanes hacia la víctima eran bendecidos, sumisamente, por las sonrisas indulgentes de la mayoría de los compañeros, que actuaban como el ciervo que huye mientras el cazador se ensaña con otro miembro de la manada. Pero el primero en bajar los brazos, en limitarse a aceptar como inevitable el curso de los acontecimientos, fui yo mismo. Todo arranca en un patio de recreo, con la susodicha haciéndome una inverosímil proposición sexual, y mi consiguiente rechazo. Si cada vez que una mujer me ha negado sus favores yo hubiera tenido que emprender una campaña bélica, la industria de armamento obtendría beneficios aún más pingües de los que ya obtiene. En fin, durante seis meses aguanté toda suerte de descalificaciones en público, risas mefistofélicas, miradas intimidatorias, pero no fue hasta el final del mismo cuando mostró su condición en todo su esplendor. Estando yo reunido en el despacho del director con él y la inspectora, con la puerta entreabierta, Lady Voldemort irrumpe torrencialmente y, para pasmo de todos los presentes, amenaza a la inspectora con denunciarla en los juzgados si me concede una comisión de servicios. Tal era el pánico que esta sujeta provocaba, tal su fama depredadora, que nadie osó contestarla. Cuando al mes siguiente se enteró de que yo había obtenido plaza en la oposición de Secundaria, fue la primera en llamar para felicitarme. Luego supe que se pasó el día protestando porque, según ella, otros se la merecían más que yo. Felizmente, va ya para diez años que no he vuelto a cruzarme con ella.

domingo, junio 29, 2008

Interludio dominical

Contra los premios

"El poeta escribe poemas; el concursante profesional, libros de poemas. La obra literaria es el poema, que viene cuando quiere, que ha de ser necesario por sí mismo, que ha de bastarse a sí mismo. Luego, cada cierto tiempo, que suele contarse por años o incluso décadas, los poemas se agrupan y la unidad del conjunto suele darla la personalidad de autor y la época de su vida en que han sido escritos. Así ocurre en la mayoría de los casos que vale la pena leer y seguir leyendo, de Antonio Machado a Ángel González, de Luis Cernuda a Francisco Brines, por no citar a Garcilaso o Espronceda.
El concursante profesional escribe libros unitarios, que son los que gustan a los jurados, y muy marcadamente poéticos o antipoéticos (nada más banal que la presunta novedad de ciertas originalidades). Algunos aprenden bien el oficio, lo ejercitan con brillantez y son adecuadamente recompensados: no hay galardón que lleve convocándose cierto tiempo que no cuente con un libro de Joaquín Márquez, de Ramírez Lozano, de Enrique Gracia. Uno de los más veteranos y exitosos concursantes, Pedro Rodríguez Pacheco, imprimió una tarjeta promocional en la que afirmaba que su poesía había sido avalada por Pablo García Baena, José Hierro, Claudio Rodríguez y todos los grandes poetas y críticos de los últimos tiempos (todos ellos habían formado parte de los jurados que premiaron alguno de sus libros), pero tantos prestigiosos avales no han logrado librarle del descrédito, la desatención, el olvido. Los profesionales de los premios forman un escalafón aparte: se asoman con frecuencia a las páginas de los periódicos, pero no logran hacer pie en las antologías ni en la memoria de los lectores".
José Luis García Martín, de su artículo Poesía a la carta o contra los premios, publicado en La Nueva España.

sábado, junio 28, 2008

Reyezuelos

Ocurre con las personas, no me atrevo a afirmar si frecuentemente o no, que la ocupación de cargos hace que aflore lo peor de ellos, que muestren su perfil más visceral. He asistido a la lenta metamorfosis de personas otrora sosegados y prudentes en seres beligerantes y despóticos. De entre todos los directivos que he tenido, sobresalen negativamente un director en Fuenlabrada, una directora en la Sierra Norte y una jefa de estudios adjunta en la zona Este. Se me permitirá no ser más explícito, mi situación económica no está para pleitos. El primero de ellos era un tipo de aspecto falsamente quijotesco. Algo desarbolado en su luenga figura, con un bigote que parecía el arco triunfal de una dentadura descuidada, nada me hizo sospechar, al conocerle, que semejante figura albergaba todo un reyezuelo. Su primera pregunta, que ya debiera haberme hecho sospechar, de no ser por mi proverbial tendencia a la inopia, fue si no nos conocíamos. Al negarlo, insistió en si no habíamos coincidido en un curso para directores. Que yo haga un curso para directores es tan improbable como que Rouco Varela, arzobispo de Madrid, haga un curso sobre el Kamasutra. El caso es que, no bien llevaba un par de meses, cuando fui urgentemente convocado a una reunión. Al entrar, una docena de solemnes figuras, enmudecieron al verme. Allá estaba la plana mayor del colegio y su guardia pretoriana. Tras afirmar que sus padres le habían educado muy bien, algo que no puedo dar por bueno ni rebatir, me dijo, mirándome directamente a los ojos, que no iba a tolerar ver su nombre arrastrado por el lodo. No salía de de mi asombro. Todo mi delito era haber reivindicado que una profesora interina, nombrada por el ministerio para ayudar en tareas docentes, no fuese destinada a tareas administrativas, de apoyo a la dirección. En otra ocasión, al tomar él partido por las madres en un conflicto, por una nimiedad, con un equipo de profesores, e incluso por haberlas alentado a la revuelta, le reproché en una reunión su comportamiento tendencioso. Cuando acabó la misma, ya a solas, me espetó: no sé por qué no te pego un par de hostias. Eso sí, el sujeto de marras, y su equipo de confianza, votaban todos a la izquierda y tenían un irreprochable discurso progresista, como la jefa de estudios de la que hablaré a continuación.

viernes, junio 27, 2008

Más humor

Sí, definitivamente el humor me parece el frac del alma, una manera elegante de plantarte ante el pelotón de fusilamientoarmado con una sonrisa en los labios (no otra cosa hace el admirado San Woody Allen), y creo que la humanidad se puede dividir entre la gente que tiene o no tiene sentido del humor. A este propósito, referiré otra anécdota en el mismo instituto. Tras hacer el oportuno cambalache con los conserjes y las secretarias, llamé por teléfono a un profesor de Historia, haciéndome pasar por un profesor cubano que había trabajado en el instituto años atrás. Imitando con cierta fortuna el asento cubano, el diálogo transcurrió más o menos así:
-Hola, ¿hablo con el profesor Daniel Gutiérres?
-Sí, sí, soy yo.
-Encantado, compañero. Resién estuve trabajando en ese instituto, no sé si me recuerda, soy el profesor cubano...
-Sí, sí, le recuerdo perfectamente.
-Pues verá, compañero, ahorita mismo el Consejo Revolusionario ha creado una plasa en el Instituto Hispanocubano, y yo, fíjese bien, compañero, había pensado en usted, pero la respuesta tiene que ser inmediata, porque me están presionando, es una plasa muy apetesible y sabrosa, usted ya me entiende.
-Bueno, yo, claro, así de pronto, tendría que consultarlo con mi mujer.
-Pues consúltelo rápido, el tiempo apremia, le doy una hora como musho, hágase cargo.
La conversación siguió por estos derroteros, hasta que, ante la hilaridad compulsiva de los conserjes, que asistían a mi lado al diálogo, estallé en carcajadas.
-Que soy yo, gilipollas.
Y ambos salimos, él de la secretaría y yo de la conserjería, para darnos un abrazo entre espasmos risueños. Y ahora, para abandonar el tono rosa que me está quedando, pasaré a contar algunos episodios algo más tenebrosos.

jueves, junio 26, 2008

Humor

Y aunque no haya recetas, ni fórmulas mágicas, ni conjuros que valgan, creo que no está de más adobar las clases con sendas dosis de humor y afecto. El humor me ha parecido siempre una llave capaz de abrir incluso cofres con cerraduras herrumbrosas y de reanimar corazones helados. En uno de los institutos por los que he pasado, me encontré en mi primer año una atmósfera tan solemne y circunspecta entre los profesores que se me ocurrió inventarme un ránking supuestamente elaborado por las compañeras sobre quiénes eran los profesores más atractivos. Le adjudiqué el primer puesto a Juan Antonio, un joven de 24 años, de Educación Física, que era todo un prodigio de sensatez y cordura. El segundo lo reservé para el que luego sería, y es, mi buen amigo Cebe, un bilbaíno de 1,92 cm, la bondad personificada. Y el tercero se lo concedí a Vicente, al igual que los dos primeros profesor de EF, la viva estampa aria: un mozalbete fornido, rubio y de ojos azules. Su reacción al enterarse de su posición es ya legendaria: cómo es posible, clamaba, quiénes coño han votado. Dejé que el entuerto colease durante una semana, al cabo de la cual le acabé confesando que todo era de mi invención. No pudo reprimir un soplido de alivio. Ya decía yo, me confesó, cómo iba a ser yo el tercero. Lo cierto es que no he conocido a nadie con más éxito entre las compañeras. Como los alumnos estudiosos, si algún día se decide a hablar de sus conquistas, tendrá que pedir unos cuantos folios.

miércoles, junio 25, 2008

Maestros

Uno sale de la Universidad sin tener la más remota idea sobre cómo afrontar, pongámonos trascendentales, el desafío académico. La escena narrada por McCourt, quien irá apareciendo a lo largo de este liblog como un faro que nos sirva de guía, en la que se enfrenta por primera vez a sus alumnos, es sencillamente espléndida. Puestos a ser previsores, incluso analizó la posición corporal en que debía hacerlo. No le sirvió de nada, como estaba cantado, y fue preciso que se comiese un bocadillo que aterrizó junto a sus pies para lograr su primer silencio. Personalmente, aún recuerdo con rubor los discursos cargados de moralina y espíritu revolucionario que les endilgaba a unos atónitos alumnos de 9 años, quienes acostumbrados a la reposada y maternal doña Emilia, debían sentir que habían cambiado de planeta. Es preciso ir echando en el olvido todas las estupideces grandilocuentes que has aprendido en la Universidad (confieso que no aprendí demasiado, solía faltar con frecuencia y si ponía los pies en el edificio era para visitar el bar, no soy un modelo estudiantil) e ir fijándose en algunos compañeros, tipos como Gabriel, José Antonio, Emiliano, Paloma, Arriola, y tantos otros. He procurado huir como de la peste tanto de los pertinaces frustrados como de los profetas iluminados, de quienes trataban a los niños como una quinta columna a la que había que someter a duras sesiones de tortura para que confesasen su íncuba condición, como de los que los retrataban como seráficos seres alados libres de toda culpa y de todo mal. He aprendido que no hay recetas, que cada grupo, como defendían los románticos alemanes tiene su propia alma, y que cada día hay que partir de cero, como si te fuese la vida en ello.

martes, junio 24, 2008

Menos sexo

Y sin embargo, pese a los anarquistas feroces, las directoras opusianas y los tríos que se creían de izquierdas y eran solo siniestros, el balance final es absolutamente positivo. No se trata de caer en pestilentes corporativismos. En esta profesión hay gentes tan grandes como Bauti, quien recientemente, sabedor de que estaba yo pasando por una situación bastante complicada, me ha mandado este mensaje: llámame para pedirme lo que quieras (menos sexo).

lunes, junio 23, 2008

El palomero

En este colegio conocí a uno de los tipos más pintorescos en mi trayectoria profesional, un tal Demetrio. Formaba parte de un trío siniestro, con dos profesores llamados Buenaventura y Aniano. Cualquiera de ellos por sí mismo era un epítome de la malevolencia hermanada con la estupidez. En el colegio eran conocidos como Malaje y Ano al cuadrado, y me temo que por una vez la crueldad estaba harto justificada. En un claustro de profesores llegaron a defender que era de una justicia elemental que los buenos maestros como ellos cobrasen más que los maestros corrientes y molientes, entre los cuales nos incluían a todos los demás. Yo me limité a señalar que, ya que tanto les gustaban los escalones y las jerarquías, deberían haberse hecho militares. Se enfadaron bastante, pero mi relación con ellos ya era lo suficientemente mala como para que me importase. Sin embargo, pese a sus múltiples felonías, la palma se la lleva el mencionado en primer lugar. Demetrio tenía un palomar en el colegio, y era frecuente verle alimentar a sus palomas con su aspecto de seráfico izquierdista, con su barba reglamentaria y su tripa de apóstol ecológico. Su carrera acabó el día que fue sorprendido un domingo por la tarde armado con una escopeta y disparando contra ellas. Desde entonces, cada vez que alguien presume de algo me ocurre como cuando veo a un cura: sospecho de la fiabilidad de su mercancía.

viernes, junio 20, 2008

Una madre parisina


Entre mis alumnas de ese colegio, había una hermosa chica, Katy, de madre parisina. Para alguien proveniente de una aldea rural, y cuyo único contacto con el glamour había sido el novio de la madre de mi por entonces compañera sentimental, tener una madre parisina, y para colmo de una belleza demoledora, me hacía sentir un tipo con suerte. La alumna tenía un pequeño problema lector, y a mí me pareció oportuno hacer un seguimiento cercano de esa dificultad. Me temo que en la decisión de citar a su madre cada quince días influyeron otros asuntos que los específicamente pedagógicos. Me apresuro a aclarar que la cosa no fue más allá de una intrascendente cháchara sobre cómo mejorar su lectura. Lo cierto es que aquel curso, si exceptuamos el encontronazo con el anarquista feroz (a partir del segundo mes nos retiramos el saludo), la opusiana directora y la madre parisina, fue bastante anodino. De rescatar a alguien, rescataría a Emilia, una venerable maestra veterana, de 68 años, menuda y con la cara llena de manchas, quien me confesó su gran secreto: había participado en las Misiones Pedagógicas de la II República y se había pasado media vida en el exilio, concretamente en Costa Rica. Nadie más lo supo jamás, y ahí empecé a aprender la distancia exacta entre las apariencias y la realidad. Pero, aparte de esto, aprender, lo que se dice aprender, no lo hice hasta mi siguiente destino, en el colegio público santa Margarita María de Alacoque. No sabía si pasar de un divino maestro a una santa con nombre de pizza era un avance o un retroceso.

jueves, junio 19, 2008

Iniciación


En aquel mi primer destino hice un curso acelerado de iniciación profesional. Aprendí que el más estúpido podía ser alguien que supuestamente estaba en tu bando ideológico, que personas situadas en las antípodas del pensamiento podían conquistar tu corazón, que hay que sacar de la faltriquera los prejuicios que hemos ido acumulando a lo largo de la vida (me temo que no he sido capaz de llevarlo a la práctica enteramente) y que jugar al tenis con el hijo de la directora podía granjearte la eterna enemistad de algún radical contumaz. En aquel colegio, pese a ser público, tal vez por el lastre del nombre, se tenía por costumbre empezar el día con unos cuantos rezos. Por haber, hasta había un aula habilitada como capilla. Sin informar a nadie, y encomendando mi alma al diablo, convoqué a los padres y les dije que dado que había no creyentes entre los alumnos (me temo que el único ateo era yo mismo), sustituiríamos las plegarias por un respetuoso minuto de silencio, no se sabe en honor a qué víctimas. Para mi sorpresa, con el respaldo incondicional del padre de Benja, la propuesta prosperó. Al día siguiente recibí la primera invitación al despacho de la directora. Cómo has podido hacerme esto, me preguntó. Ayudado por mi rostro barbilampiño y mi voz dudosa, le contesté que no le había comentado nada porque daba por supuesto que ella, como directora de un colegio público, estaría totalmente de acuerdo. No llevaba un mes y ya me había ganado la inquina de la miembra del Opus y del anarquista feroz.

miércoles, junio 18, 2008

En el principio

Quiero escribir estas memorias sin orden ni concierto, ignorando la coherencia espacial o temporal, pero en este ocasión empezaré por el principio, por mi debú profesional. Ahí estaba yo, con mis flamantes 24 años, entrando por la puerta metálica del colegio Divino Maestro, en Pozuelo de Alarcón. Huelga describir pormenorizadamente los síntomas del tímido ortodoxo: sequedad bucal, taquicardia, sudor frío y el miedo a no estar a la altura de las circunstancias. Me dirigí hacia el despacho de la directora, una mujer de quien pronto supe que era miembra (perdón por la demagogia) del Opus Dei, y abordé a una mujer vestida clásica e impecablemente cerca del mismo. Impulsado por el nerviosismo, no solo presenté mis credenciales, sino que le endosé un interminable discurso en el que mostraba la mejor de mis disposiciones para el trabajo, mis fundamentos pedagógicos, mi concepción del mundo y mi biografía personal. No le hablé de mi vida sexual porque en aquella época, recién licenciado del servicio militar, era inexistente, si exceptuamos alguna esporádica práctica onanista. Ella aguantó flemáticamente el chaparrón y cuando acabé, se limitó a decir: muy bien, pero yo soy la conserje.

martes, junio 17, 2008

A modo de disculpa

No sabía cómo indultar El blog de la risa y el olvido sin contradecir el punto final. Ignoro si el método es ortodoxo o una martingala, pero he decidido dejarlo como apéndice de estos neonatos Apuntes indocentes, en los que pretendo hacer algo similar a los cocineros de pizzas: amasarlos, darles forma a la vista del público. Una vez acabados, los presentaré en alguna editorial, para probar fortuna, con la esperanza de que sigan la estela de La sonrisa de Buster Keaton y El canadiense. Prometo insertar los mejores comentarios, con el visto bueno de los autores, of course. Que los dioses me acompañen.