Una madre parisina
Entre mis alumnas de ese colegio, había una hermosa chica, Katy, de madre parisina. Para alguien proveniente de una aldea rural, y cuyo único contacto con el glamour había sido el novio de la madre de mi por entonces compañera sentimental, tener una madre parisina, y para colmo de una belleza demoledora, me hacía sentir un tipo con suerte. La alumna tenía un pequeño problema lector, y a mí me pareció oportuno hacer un seguimiento cercano de esa dificultad. Me temo que en la decisión de citar a su madre cada quince días influyeron otros asuntos que los específicamente pedagógicos. Me apresuro a aclarar que la cosa no fue más allá de una intrascendente cháchara sobre cómo mejorar su lectura. Lo cierto es que aquel curso, si exceptuamos el encontronazo con el anarquista feroz (a partir del segundo mes nos retiramos el saludo), la opusiana directora y la madre parisina, fue bastante anodino. De rescatar a alguien, rescataría a Emilia, una venerable maestra veterana, de 68 años, menuda y con la cara llena de manchas, quien me confesó su gran secreto: había participado en las Misiones Pedagógicas de la II República y se había pasado media vida en el exilio, concretamente en Costa Rica. Nadie más lo supo jamás, y ahí empecé a aprender la distancia exacta entre las apariencias y la realidad. Pero, aparte de esto, aprender, lo que se dice aprender, no lo hice hasta mi siguiente destino, en el colegio público santa Margarita María de Alacoque. No sabía si pasar de un divino maestro a una santa con nombre de pizza era un avance o un retroceso.
2 Comments:
Es de suponer que los asuntos pedagógicos no andan reñidos con la belleza y que las chácharas ante bellezas glamurosas deriban hacia otros menesteres, considerados en cierto modo "pedagógicos". Seguro que si esa situación se te presentara ahora aprovecharías mejor el plan lector, ¿o me equivoco?
Por lo que deduzco empezaste como profesor de primaria. Siempre he pensado que es mucho más gratificante la primaria que la secundaria.
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