Rosas
De todo un poco, como en botica. Apuntes medioseculares, donde, por hablar, se habla hasta del gobierno. Este blog cuenta con la bendición de los siguientes santos: San Woody, San Humphrey, San Frank McCourt, Santa Almudena, Grande de España, patrona de los canadienses, y Santa Dorothy Parker. Borrachos y borrachas de sombra negra, abstenerse.
Tuve la fortuna de pasar varias horas charlando, allá por el 2000, con el recién fallecido Francisco Brines. Me pareció un hombre encantador. De buenas a primeras, mientras íbamos en el coche camino de Chinchón, adonde nos dirigíamos a comer, empezó a interesarse por mis proyectos literarios. Me pareció una inversión de la realidad. Un tipo que había ganado un montón de premios relevantes y que aparecía en todos los manuales, preguntándole a otro que a duras penas había publicado un relato en una antología qué estaba escribiendo. Brines no solo hablaba muy bien. También sabía escuchar. He leído su obra y me parece que emana autenticidad. Hay en sus versos la elegía anticipada del que ya no seremos, una trascendencia del presente etílico que nos abotarga y entumece. Y hay también una exaltación festiva del amor, no importa su género. Cuando noto que me deslizo hacia mi contumaz prejuicio sobre los poetas, pienso en Brines y en su capacidad para observar al otro. Por eso era tan gran poeta.
Subimos a Las Poyatas en medio de una espesa niebla que oculta el inmenso valle a nuestros pies. La simpatía que he encontrado en mi regreso ha sido la acostumbrada. Muy emotivos los encuentros con viejos conocidos como Gregorio, Consuelo, Juan, Teresa, Eugenio... Enorme también la generosidad de los anfitriones. Sin embargo, me noto distinto, más frío y distante. Me esfuerzo por devolver los afectos, estar a la altura, pero noto que mi núcleo, como el de un sol ya cansado, se está apagando. Sigo sintiendo la espina, pero advierto cada vez más débil y difusa la añoranza. A la vuelta, me da la bienvenida el vacío. Dios jugando a Chillida.