Dios jugando a Chillida.
Subimos a Las Poyatas en medio de una espesa niebla que oculta el inmenso valle a nuestros pies. La simpatía que he encontrado en mi regreso ha sido la acostumbrada. Muy emotivos los encuentros con viejos conocidos como Gregorio, Consuelo, Juan, Teresa, Eugenio... Enorme también la generosidad de los anfitriones. Sin embargo, me noto distinto, más frío y distante. Me esfuerzo por devolver los afectos, estar a la altura, pero noto que mi núcleo, como el de un sol ya cansado, se está apagando. Sigo sintiendo la espina, pero advierto cada vez más débil y difusa la añoranza. A la vuelta, me da la bienvenida el vacío. Dios jugando a Chillida.
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