El cementerio de La Florida
José Luis me está esperando puntualmente sentado en un banco junto a la estatua del Pintor Rosales, según lo acordado. Busca a un tipo calvo y con barba, me había advertido para reconocerlo, pero es él quien me reconoce a mí. Es una mañana de sábado luminosa y tranquila. Emprendemos la bajada hacia el cementerio de La Florida, cerrado al público, caminando por unos senderos del Parque del Oeste. Ya antes de abrir, locuaz y didáctico como es, acostumbrado a las largas disertaciones profesorales, me ha anticipado lo que se me empieza a antojar una catástrofe: que el cuadro de marras de los fusilamientos del 3 de mayo solo es un plagio. Ya dentro del cementerio hurgará más en la herida: el tipo de la camisa blanca no existió, añade. Me has destrozado la novela, le digo, porque gran parte de ella se basa precisamente en el cuadro y en el personaje de la camisa blanca. Se ríe, compasivo, y me dice que el fraile que aparece sí es real. Siempre te queda la posibilidad de cambiar el enfoque, añade. Continúa desgranando anécdotas y aventurando hipótesis. Cuando bajamos a la cripta todo cobra un aire irreal, de pausa histórica. Muchas gracias por todo, le digo al despedirme. Ya quedaremos para hablar con calma, me contesta.
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