Educación
Ha bastado el reconocimiento de una
obviedad, que en la manoseada Constitución en ningún momento se habla del
derecho a elegir centro, para que la derecha, tanto la valiente como la
cobarde, se nos soliviante. Lo que sí dice la Constitución en el apartado
cuarto del artículo 27 es que la enseñanza básica es obligatoria y gratuita.
Hasta donde yo sé, los colegios concertados, no digamos ya los privados, cobran
sus buenos dineritos. Habla también de la libertad de enseñanza, pero es digno
de admirar cómo la derecha, en cuanto oye esta palabra, libertad, se pone
estupenda. Para ellos libertad, en realidad, significa negocio a la vista. Y
perpetuación del statu quo. Para un servidor, en muchos casos, significa desigualdad.
Bajo el señuelo de la libertad (el viejo
truco trilero de las grandes palabras para ocultar grandes mezquindades), se
sanciona y afianza una doble red educativa en la práctica, una suerte de
segregacionismo social tan repugnante como el de sexo o raza.
Durante 36 años, he sido profesor en
la enseñanza pública. En las últimas décadas, a partir de la llegada de
Esperanza Aguirre a la presidencia de la Comunidad de Madrid, he asistido con
rabia e impotencia a su progresivo deterioro, mientras se favorecía sin pudor la
escuela concertada, en gran parte fuertemente doctrinal y católica. El
proyectado concierto del bachillerato, por parte del Gobierno Ayuso, es el
golpe de gracia de la escuela pública. Todo ello, claro, con el beneplácito de
gran parte de nuestra atemorizada y menguante clase media, feliz de que sus
vástagos no tengan que compartir pupitre con la población más desfavorecida y,
supuestamente, más conflictiva, por temor a que se contagien de la vida real y
se agriete su burbuja de felicidad.
Es cierto que la absoluta igualdad
de oportunidades es una quimera. Hechos azarosos, como el nacimiento en un tipo
de familia u otro, el medio en que te desarrollas o la herencia genética,
determinan en parte el futuro de las personas. Pero precisamente por ello hay que
evitar agravios añadidos. La existencia de esa doble red educativa a la que
antes me refería es una de ellas. De formarse finalmente un gobierno
progresista, ese ha de ser precisamente uno de sus caballos de batalla. Una
escuela pública y laica de calidad. Para rezar ya están las iglesias, las
mezquitas y las sinagogas.