Vuelva usted mañana
Con idéntica ingenuidad que el amigo francés de Larra hace dos siglos, mi amigo alemán se dispone a realizar unos trámites burocráticos para conseguir su número de afiliación a la Seguridad Social. En la empresa lo envían a un organismo en el que, tras una tediosa espera, nos informan de que debe dirigirse a otro diferente. Cómo es posible, se queja el buen alemán, perplejo por la equivocación. En el segundo sitio, tras la oportuna espera, nos atiende un funcionario con aspecto achulapado, ataviado con el tradicional chaleco y una gorra cañí, y se expresa con ese gracejo y desparpajo castizo que da la tierra. En vano le aclaro que mi amigo a duras penas entiende el español. Como ve que el confiado alemán titubea, el funcionario aborigen le espeta: ¿no me entiendes o no me quieres entender? Tras algún forcejeo dialéctico, nos aclara que allí tampoco pueden resolver el asunto, y que debe regresar a la casilla de salida, esto es, a la empresa contratante, donde deben darle un documento que acredite que va a ser contratado para un trabajo. A esas alturas, mi amigo ya se ha formado una idea bastante precisa del alto grado de eficacia de la Administración española.