Cinco horas con Mario
Plantarse ante un público a calzón quitado, como única protagonista sobre el escenario, durante hora y media, no es algo que esté al alcance de muchos, y ya de entrada uno confiesa su admiración y su gratitud a la actriz, Natalia Millán, por su esfuerzo. En su caso, cuenta además con otra dificultad añadida, la persistencia en la memoria de la mítica interpretación que llevó a cabo Lola Herrera hace unos años. Si a esto le unimos que el papel es de una complejidad extrema, lleno de claroscuros, con momentos trágicos encadenados sin solución de continuidad a otros cómicos y que el contexto de los años sesenta, las expresiones coloquiales, el código ético, han cambiado notoriamente, que lo que en su momento se podía considerar de un cierto atrevimiento transgresor ha devenido en la más pura ñoñería, llegaremos a la conclusión de que es un personaje que al espectador de hoy le puede empezar a pillar un poco a trasmano, más próximo a la arqueología que a la literatura. Aun así, Natalia Millán logra momentos sublimes de comunión con el público, crea en ocasiones una corriente de ida y vuelta, humaniza el personaje, lo configura con una densidad liviana, y sabe jugar con los tiempos para acelerar o ralentizar verbo y acción. Confieso que las persistentes toses y lo incómodo del asiento no ayudaron mucho a la adecuada digestión del drama, pero ya se sabe que son males crónicos en este bendito país.
1 Comments:
De acuerdo: 'Cinco horas con Mario' ha envejecido un horror.
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