Barcelona ya no era una fiesta
El último trimestre de mi estancia en Barcelona me dejó en perfecto estado de revista para el futuro: la chica del vestido negro ajustado me dejó por un electricista de su empresa después de una de esas paradigmáticas intervenciones mías en la que, en presencia del aludido, reproché a su íntima amiga (de la chica del vestido negro) que desde que salía con aquel tipo solo abría la boca para bostezar (mi innata facilidad para decir la frase inapropiada en el momento inoportuno, es un don natural, carece de mérito), repartí esos últimos tres meses entre una colchoneta sobre el suelo en la habitación de mi mejor amigo por aquel entonces y una habitación sin persianas ni cortina en una lóbrega pensión de un barrio periférico (y esto más que a El profesor se empieza a parecer a Las cenizas de Ángela), tuve que esperar a la repesca de septiembre para lograr el título de maestro porque mi compañera de trabajo decidió invertir su tiempo en toxicomanías varias antes que en pasarse por la Facultad para entregar en el plazo correcto el trabajo que ambos habíamos hecho, y un 14 de octubre me despedí en Sants de la chica del vestido negro (nunca más he vuelto a verla ni a saber de ella, ignoro si se habrá producido algún cortocircuito en su relación) y me monté en el 600 de mi amigo Valen, rumbo a la capital de la Españas, donde aún sigo deambulando. Aún tenía que pasar por el infierno militar, palpar el fascismo en estado puro, desentrañar los mecanismos de la brutalidad más abyecta (sin embargo, acabaron premiándome con una orla y un diploma, debí parecerles inofensivo), preparar aceleradamente las oposiciones al finalizar la etapa cuartelera y cruzar las dedos para que los fúnebres augurios y la más elemental de las leyes de probabilidad no se cumplieran. El contricante invisible al que nos pasamos la vida enfrentados disponía no de uno, sino de un sinfín de match points a su favor. Yo rezaba miles de oraciones laicas para que no le entrase el primer servicio, hombre.
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5 Comments:
Creo que con el match point está utilizando una metáfora que identifica la pelota de tenis cruzando la red, decidiendo dónde caerá con la suerte que muchas veces determina el destino de nuestras vidas.
Yo los odio, he llegado al 5-0 y luego no conseguir el dichoso match point.
¿5-0 a tu favor o en contra?
A mi favor y he llegado a perder el partido. Pero no se crea que me ha pasado una sola vez.
Me dicen que eso es falta de confiaza,pero yo no tengo ni idea. Lo único que sé es que me ha pasado en varias ocasiones y en este deporte esto no te lo puedes permitir.
El miedo a ganar se supera desdramatizando la derrota, sospecho.
Enmendemos la totalidad
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