Violencia
Leo en en el New York Times que en el estado de Texas se les autorizará a los profesores ir armados a las aulas. Hace un par de años se me ofreció una plaza como profesor en ese estado, y no debía de ser mucha la demanda porque el agregado cultural en persona me telefoneó a casa en cinco ocasiones desde la capital tejana para convencerme. Dado que la plaza que yo había solicitado estaba en Canadá y no en Texas, y que sospecho que las diferencias sociológicas y de todo tipo son abismales entre ambos destinos, decliné su amable invitación. No me imagino yo con un Colt en la cintura mientras explico los lexemas y los morfemas. En cualquier caso, el tema de la violencia en las aulas es un tema muy recurrente en la prensa. Con esta prensa tan holgazana y diletante que sufrimos, un buen vídeo en el que se vea a un alumno pegando a un profesor o un titular de grueso calibre, a lo Sam Peckinpah, es un siempre garantía de éxito mediático. Obviamente, la solución no pasa por la introducción de armas (sería rociar con gasolina una llama potente) ni colocar un policía en cada patio de recreo. Mientras los mensajes que se le envía al adolescente sean tan contradictorios, mientras la vida vaya por un lado y la escuela por otro, mientras persista la estúpida fascinación por lo supuestamente transgresor, el margen de actuación de los enseñantes es menos que mínimo. Para no hablar de la violencia psíquica, mucho menos rastreable que la física, mencionaré un episodio que sufrí en mis carnes hace ya unos cuantos años. Un alumno me relataba puntualmente, todos los lunes, sus hazañas bélicas del fin de semana. Comoquiera que en cierta ocasión sobrepasó la más elemental de las fronteras éticas, refiriéndose a su proyecto de llevar a cabo una razzia contrs gitanos y negros, solté en voz alta uno de esos hábiles discursos míos que tienen la virtud de granjearme la enemiga de algunos sujetos de por vida. Al acabar la clase, ya a solas, se me acercó y me dijo que sus amigos y él me iban a partir la cara a la salida. Dado que se trataba de un tipo bastante corpulento le contesté que no era preciso que molestase a sus amigos, porque no me cabía ninguna duda de que él solito se bastaba y sobraba para tan operativo objetivo pedagógico. Dos años más tarde leí en la prensa que A. S. T. había sido detendo por la policía por apalear a unos mendigos. Por cierto, su segundo apellido era Tejero. Imagino que el suyo era un caso evidente de predestinación calvinista.
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