El árbol de la vida
Terrence Malick no es precisamente un autor feraz: esta es su quinta película en 38 años, algo solamente comparable, como recuerda Anthony Lane, a lo ocurrido con el esquivo Thomas Pynchon. La película en cuestión, El árbol de la vida, viene precedida de una colosal campaña publicitaria y con el premio de la Palma de Oro de Cannes bajo el brazo. Cuenta además con la presencia entre el reparto de actores como Brad Pitt, Jessica Chastain y Sean Penn. Y sin embargo, aun reconociendo su acierto y destreza en aspectos tales como el ensamblaje de música y acción, el poderoso aliento lírico, el sabio manejo de mitos y miedos ancestrales, una factura técnica deslumbrante, pródiga en efectos especiales, un audaz manejo de la cámara, con barridos espectaculares, el sabio uso de la duración y ángulo de los planos (reveladores los múltiples contrapicados, en ese afán místico que recorre la trama), el uso de lenguajes más propios de otros géneros, como el documental o la poesía (repeticiones, acentos, ritmo, musicalidad); admitiendo también el poder hipnótico que ejerce sobre los espectadores en algunos tramos y la formidable interpretación de algunos actores (con el impagable y joven Hunter McCracken, en el papel del Jack adolescente, y la hermosísima Jessica Chastain a la cabeza), aun así, digo, presenta algunas fallas que lastran el conjunto. De entrada, el film parece subvencionado por el Tea Party o la Congregación del Santo Oficio, a juzgar por el cariz cristiano que presenta desde el primer fotograma. Bien está mostrar la influencia de lo religioso ante una tragedia familiar de las dimensiones de esta historia, pero de ahí a la saturación de citas bíblicas, la música a lo Enya de fondo, los cielos apocalípticos, el triangulito de marras como icono de Dios, media un abismo. No se entienden tampoco los primeros 45 minutos en plan National Geographic, muy vistosos, eso sí, pero perfectamente reductibles a cinco minutos, a lo sumo, si lo que se pretendía era el contraste del origen de la vida con la muerte de uno de los personajes. Hay también secuencias que recuerdan a esos montajes almibarados con que se nos castiga en el correo: música envolvente de fondo y fotografías del Cañón del Colorado o puestas de sol en el Caribe. Tuve como vecino de butaca al gran Manuel Vicent, con su poderosa cabeza patricia y su singular nariz judaica, y le miraba de soslayo para ver qué efecto le producía la película: el hombre no pestañeaba, ignoro si por estupefacción o arrobo. Creo que lo mejor con que podemos concluir es que, pese a que dura dos horas y media y el público estaba integrado por gentes maduritas, de los cincuenta hacia arriba, nadie se levantó para ir al servicio.
3 Comments:
Quina enveja!!! Compartir film amb Manuel Vicent. Una llàstima que se'ns escapen de València plomes com aquesta!!!
M'apunte la pel·li tot i les mancances apuntades. Les primeres pinzellades apuntades bé que s'ho mereixen.
aighhhhhh volia dir traçades!!!
La sala en silencio... empiezan a salir las letras... el de atrás emite un JO-DER.
No lo podría expresar mejor.
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