Barrio
A pequeña escala, un barrio es una reproducción mimética del resto del mundo, un microcosmos. Sin afán estadístico, barrunto que existe la misma y rica variedad de gentes de toda laya y condición. Es salir a la calle e ir descubriendo los diferentes tipos, los vecinos amables y conversadores, armados con una sonrisa insobornable, con quienes intercambiamos estados de salud, opiniones políticas o algún que otro cotilleo, y también los vecinos esquivos, que no bien te atisban cambian prestos de rumbo, como alma que lleva el diablo, temerosos tal vez de un contagio social. El barrio es el médico que sabe de tus achaques y te tranquiliza con su cachaza, la frutera que acompaña su trabajo con una amabilidad a prueba de bombas, el quiosquero que, además de vender prensa, regala charla y sentido del humor (y a veces entradas para ver al Madrid), los camareros que se esmeran en la presentación del ritual café matutino o las vespertinas cañas, la cajera del supermercado, el peluquero de risa fácil y amable talante, y también, ay, algún dependiente de colmillo retorcido y alma halitosa, al que hay que evitar como a un charco pestilente y traicionero. Nadie existe por sí mismo, ni siquiera por el núcleo familiar. Sin esas conversaciones intrascendentes, sin los paseos diarios por el barrio, no seríamos quienes somos. Por cierto, he cambiado de pescadero. Mucho mejor, dónde va a parar.
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