Gente de andar por el barrio I
Reparé en él una tarde mientras hacía cola en el cajero. Cuando llegó su turno, introdujo la tarjeta y mientras la máquina procesaba las órdenes, comenzó a dar unos saltitos ridículos y a contar con el dedo extendido: un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro. Luego, hemos vuelto a coincidir en la biblioteca, donde siempre sigue el mismo ritual: coge un periódico, el que esté libre, y comienza a pasar las páginas, sin leerlas, hasta que llega al final; entonces, da unos cuantos golpes para ajustar las hojas y lo devuelve a su lugar de origen, y así hasta el infinito. En ocasiones, ni siquiera finge que lee: va ordenando cuanta revista y periódico se arraciman sobre la mesa. Siempre viste igual: unos pantalones de lona grises, un jerséi holgado del mismo color y una zamarra marrón. Jamás le he visto intercambiar una palabra con nadie. Cuando camina, lo hace como un marinero en tierra, con los pies extremadamente abiertos, como para acomodarse a un bamboleo imperceptible para el resto de los mortales. Luego, he sabido que lo dieron de baja en la Guardia Civil, por algún desarreglo mental. Desde pequeño, he sentido un contradictorio doble sentimiento hacia los locos: miedo y fascinación. Tal vez porque sea consciente de que la frontera entre locura y sensatez es tan tenue que nunca se sabe dónde empieza y acaba cada demarcación.
2 Comments:
La perspectiva cambia considerablemente cuando alguien cercano padece una enfermedad mental. Se trata de gente que en general necesita recibir un afecto extra. Sufres mucho con ellos, pero también te proporcionan alguna alegría cuando puedes controlarlos, claro.
Estoy de acuerdo. Te confieso que a mí los locos que me dan miedo son los que están en el poder
Publicar un comentario
<< Home