Manuel
Tiene Manuel un aire entre visionario y místico, atemperado por su ademán tranquilo, casi cachazudo. Hay en su verbo espacioso, en la morosidad de sus relatos, la convicción y la pureza del anarquista incontaminado, del hombre ético a salvo de la fealdad del mundo tras un rumor de versos arrebatados. Y tiene también, junto al don de la palabra, el don de la escucha. Mientras hablas, asiente levemente y subraya con su mirada limpia el eco de tu discurso, como si el tiempo se hubiese ralentizado en un meandro y no dictasen sus órdenes los relojes. Cuando le veo con su chaqueta negra, su barba de profeta y su sonrisa bondadosa, me digo que uno se puede morir tranquilo, a sabiendas de que deja lo poco que queda de la escuela pública en las mejores manos.
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