De nuevo La sonrisa
Me escribe Paquita diciéndome que se han agotado los ejemplares de La sonrisa en su librería. También Pablo, de La Muga, me dice lo mismo. Confieso que, de no ser por la generosa respuesta de los amigos, La sonrisa hubiera pasado sin pena ni gloria. Hay un sinfín de anécdotas conmovedoras que dan fe de la grandeza de muchos conocidos y algún desconocido. Pese a las infames condiciones en que la editorial ha puesto este libro en la calle (manda huevos que me enterase de su salida por la Cadena Ser), ya se ha superado con creces el centenar de libros vendidos en estos cuatro meses. No es que me importe. Uno escribe, como García Márquez, para que le quieran sus amigos (podría añadir y para que le odien sus enemigos, pero no me consta tenerlos), y eso está por encima de eventuales contingencias. Además, ahora a quien tengo por esos mundos de dios batiéndose el cobre es a El canadiense. Y si las fuerzas acompañan, esta semana empezaré la que quiero sea mi última novela, Los cuerpos fugaces. Luego llegará la hora del ensayo antipedagógico, en la línea del magnífico El profesor, para el que ya tengo título: El secundario.
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