Nomadland
Nomadland es una película hipnótica. Te atrapa desde la primera secuencia y a lo largo de los 108 minutos siguientes te sumerge en una atmósfera de tranquila desesperación de la mano de la formidable Frances McDormand. La mayor parte del reparto son nómadas auténticos, personas que han renunciado a las supuestas ventajas de una vida estándar y se han lanzado a una aventura sin tregua. Son personajes quijotescos, desamparados y solitarios que guardan en su memoria una pérdida intolerable y deciden deambular como almas en pena por parajes desiertos en los que solo crecen cactus con espinas y algún matorral seco. Tratan de combatir el insoportable frío de la intemperie tejiendo redes solidarias fugaces que les sacan momentáneamente de un apuro pero que no echa raíces, porque es precisamente eso, la falta de raíces, como el musgo o las algas, su seña básica de identidad. Sin apenas referencias al mismo, podemos sin embargo sentir la dimensión de sus pasados, la profundidad de su vacío. La estupenda banda musical de Ludovico Einaudi y la precisa fotografía de Joshua James Richards contribuyen muy eficazmente al logro de ese aliento crepuscular de una historia desnuda en la que no pocos nos sentimos reflejados. En un diálogo entre Bob Wells y la protagonista, a propósito de su hijo prematuramente fallecido, el primero se pregunta: ¿Cómo es posible que él haya muerto y yo siga vivo? También yo me lo pregunto.
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