Claudio
Descubro a Claudio paseando plácidamente al atardecer a las afueras del pueblo extremeño al que he ido a pasar el fin de semana. Un minuto, le digo a mi acompañante, bajamos, le saludamos y seguimos. Al reconocerme, Claudio me obsequia con uno de esos abrazos de oso que tiene reservados para los íntimos. Se lo permito porque, aunque conozco algunos héroes cotidianos, su hermano Eusebio y él son los únicos héroes clásicos, a la vieja usanza, que me he topado en mi azarosa existencia. Lo de Ulises, comparado con su biografía, es un cómodo crucero por el mar Egeo, con servicio de diosas y magas incluido. A este hombre, a Claudio, le han puesto una bomba en el restaurante donde solía comer, le han provocado hasta lo indecible para que abandonase la fábrica donde trabajaba, le han dado los peores destinos, los más sacrificados y degradantes, le han amenazado, ha sufrido un extraño atropello, ha lidiado con gerentes de toda calaña y calibre, ha puesto contra las cuerdas, dialécticamente hablando, a luminarias como Abril Martorell, vicepresidente del gobierno con Adolfo Suárez, pero él pertenece a una casta indomable, uno de esos raros tipos que dan la cara y no el culo (entiéndase en sentido figurado, en el otro allá cada cual con sus preferencias sexuales). Cuando me apeo del coche estamos a un pestañeo del ocaso, pero un tibio sol aún nos permite estar en manga corta; dos horas y mil anécdotas más tarde, de buena gana cogería el jersey que yace en el asiento trasero para el ligero temblor, por el frío, que me embarga y que mi buen Claudio tal vez achaque a la emoción de su relato, el de su amigo cura que expulsó a la Guardia civil de una procesión del Corpus, Granada años 60, en pleno franquismo. Pero a un héroe clásico se le permite eso y más. Nos hicimos amigos cuando él era un reconocido líder sindical, en Barcelona, y yo un adolescente incierto y me escuchó referirme a su líder como monseñor Carrillo. Dudó entre atizarme un mandoble o tomárselo a broma. Todavía se ríe al recordarlo, con esa risa telúrica y polifémica tan suya.
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Nous sommes dans la vie comme cse hirondelles
Qui vers le crepuscule joignentleurs ailes
Et travesent le ciel en lutte contre le soir
Pour s'eloigner du Mal, se consolers du Noir
Beatrice Duplessis
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