Escuela pública
La jugada maestra es siempre la misma. Cuando se construye un barrio, la administración hace dejación de sus deberes con los ciudadanos y no edifica ningún colegio o institutos públicos, con lo que la única oferta educativa existente es un centro privado, al cual sólo pueden acceder, obviamente, las clases medias. Una vez hecha la pertinente criba socioeconómica, la Comunidad de Madrid procede, con una celeridad y eficacia dignas de mejores causas, a firmar el concierto educativo, con efecto retroactivo, con el mencionado colegio privado, que pasa a convertirse, por arte de birlibirloque, en un flamante centro concertado.
Posteriormente, la ausencia de unas juntas de escolarización con las adecuadas competencias para repartir equitativamente a los nuevos alumnos que se incorporan ya comenzado el curso, hace que la desigualdad social se incremente aún más. Lo cierto es que, pese a los innegables matices, ninguno de los dos grandes partidos, PP y PSOE, están dispuestos a poner límite al actual desenfreno: el voto de la clase media es lo suficientemente apetitoso como para mirar hacia otro lado y permitir que la escuela pública languidezca poco a poco hasta convertirse en un residuo marginal, próximo a la beneficencia, del sistema educativo. Aún así, quisiera lanzarles un mensaje de esperanza a mis alumnos y a los usuarios en general de nuestra escuela pública. Es posible que en ella no aprendan cuál es su hándicap de golf, que carezcan de un coqueto uniforme, que acaben su escolarización sin saber las virtudes teologales y que, puestos a no saber, tampoco aprendan a manejar la pala del pescado. Pero les puedo asegurar que saldrán a la vida sabiendo manejar infinitamente mejor la pala del alma, tan manoseada lúbricamente por los dueños de la concertada. Y que, aunque no vayan vestidos a la escuela con su camisita y su canesú, yo les veo la mar de guapos.
Distrito 19
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