Beatriz
Lo de esta mujer es admirable. Que cada jueves (los jueves, milagro), en la pista de tenis, consiga convertir lo que otrora era un deslavazado cuarteto de testosterona en un afinado cuarteto de cuerda, que haya limado los gestos obscenos con los que saludábamos los fallos del rival hasta traducirlos al lenguaje versallesco, convertido las procacidades portuarias en reverencias palatinas, que haya transformado a unos incurables gañanes en refinados cortesanos, y, sobre todo, que lo haya conseguido sin apearse de su sonrisa perenne y su gesto tranquilo, es digno de figurar en una antología de misterios sin resolver. Da un poco de vergüenza ver cómo, tras cada fallo de Beatriz con la pelota, los cuatro rivalizamos en restarle importancia. No te preocupes, Bea, a la próxima. País.
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