El turista... (y 2)
Pese a la mirada algo pueril y un mucho epidérmica de todo turista, alcanzo a rescatar algunas imágenes: las monitoras puestas de rodillas explicándoles los cuadros a niños sentados en el suelo de la National Gallery (eso en el Museo del Prado hubiese supuesto la aplicación del garrote vil), la desbordante vitalidad en las calles, el respeto hacia los artistas en Covent Garden, el bullicio en los exteriores de los pubs, pinta en ristre, los colores de las fachadas de Notting Hill (sonaba How can you mend a broken heart?), la masiva presencia de mujeres en una carrera en High Park, la simpatía de una librera donde encontré una joya, (los relatos completos de R. Carver, Will you please be quiet, please?), la paz de sus recónditos parques, el placer de comprar el Observer (5 kg, 10 suplementos) y leerlo en una terraza de Kensington, los paseantes por la ribera del Támesis, el pijerío de Waterloo, la sensación de que es una ciudad en la que merece la pena vivir.
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