The winner takes it all
Un hecho que provoca una enorme
perplejidad es el reiterado triunfo electoral, con algún efímero intervalo, de
la derecha en una ciudad como Madrid, habitada en su inmensa mayoría por
personas trabajadoras con rentas medias o bajas. No se trata de concederle a la
izquierda a priori cierta superioridad moral, porque a lo largo de la
historia se ha demostrado (véanse casos como el de Daniel Ortega y tantos
otros) que políticos de esta tendencia pueden comportarse como auténticos
criminales, pero hasta el más lego en economía es consciente de que la única
forma de lograr una mínima justicia social es a través de una fiscalidad
progresiva y un reparto equitativo de las rentas. Esto es: que los que más
tienen paguen más para poder socorrer las carencias de los más necesitados.
Tampoco es preciso ser un experto en materia de salud ambiental para comprender
que hay que restringir el tráfico, especialmente de los vehículos más
contaminantes, para evitar que se cree una atmósfera ponzoñosa e irrespirable,
causante de múltiples enfermedades y muertes prematuras. Y que la única vía
para aminorar la desigualdad es un sistema público, sanitario y educativo, eficaz
y adecuadamente financiado.
La
pregunta elemental surge al constatar que son los partidos que abogan por una bajada
de impuestos a los más ricos y quienes en nombre de la libertad (lástima que no
sean tan libertarios en otros campos, como la eutanasia o el aborto)
favorecen la contaminación en nuestra ciudad y provocan el incremento del
desequilibrio social con su apuesta por la privatización de lo público, los que
reiteradamente ganan las elecciones autonómicas y municipales. Me temo que si
el Frente impopular, esto es, El Partido Popular, Ciudadanos y Vox,
presentan como candidato al Cid o a su caballo Babieca, también sacarían
mayoría absoluta. Porque lo cierto es que, aunque habría que buscar con lupa
para seleccionar unos candidatos más mostrencos y caricaturescos, no dejan de
ganar. No importa que Ayuso nos confiese su alucinante añoranza por los atascos
y achaque a las restricciones de tráfico el aumento de la inseguridad ciudadana
y Almeida, para no irle a la zaga, se empecine en la cuadratura del círculo: a
más vehículos, menos contaminación.
Para
revertir esta distopía, no hay fórmulas mágicas ni atajos milagrosos. Es tiempo
de resistencia y paciente cordura, de la convicción de que algún día seremos
capaces de superar nuestra perplejidad y de aunar esfuerzos. Será preciso
eliminar los egos, tanta sigla y tanto clan, y encontrar los puntos de
encuentro, el denominador común. En plena tormenta en alta mar, solo a los
estúpidos se les ocurre ponerse a tocar el violín.
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