FRankestein, de Mary Shelley
En una introducción de la propia Mary Shelley a su novela Frankestein detalla como incubó aquella historia. Todo empezó por una apuesta para combatir el tedio de los días lluviosos en la mansión en la que convivían con lord Byron, a orillas del lago de Ginebra. Fue Byron quien, tras la lectura de unos cuentos de terror alemanes, traducidos al francés, propuso escribir una historia de este género, pero ni Percy S. Shelley, ni el polivalente Polidori, ni él mismo, todos ellos más inclinados al verso que a la prosa, fueron capaces de lograr éxito alguno en su empresa (el intento de Polidori fue especialmente patético, con una señora que en vez de cabeza tenía una calavera, como castigo por su afición al fisgoneo), pero Mary, tras varios días estériles, tuvo una visión: Vi, con los ojos cerrados, pero con aguda visión mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado. Vi al horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida y agitarse con movimiento torpe y semivital. Quería hacer una historia que provocase un miedo infinito: creo que, francamente, lo logró con creces.
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