El tiempo perdido
Ni máquinas de H. G. Wells ni puñetas. El silbo del afilador, una mañana de domingo, te transporta en un santiamén al territorio infantil, cuando después de la misa obligatoria te esperaba una visita al almacén del Manco, a comprar unas garrotas de dulce, un regaliz, una bolsa de pipas y un puñado de tostaos.
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