De la gloria literaria
El pasado domingo, en El País Semanal, Cercas volvía una vez más a poner el dedo en la llaga al preguntarse si la excelencia creadora conlleva otra suerte de excelencia, la humana. Él piensa que no, que demasiado a menudo la labor literaria va de la mano de un grado considerable de miseria humana. Definía a los escritores como unos seres insufribles preocupados tan solo por cultivar su parcela de gloria, ajenos a los problemas de cuantos les rodean. No conozco a demasiados escritores, pero con alguna honrosa excepción, estoy de acuerdo con Javier Cercas. Siempre me he preguntado por qué la sociedad les ha rendido tradicionalmente pleitesía, en forma de generosas subvenciones, nombres de calles y erecciones estatuarias. En mi modesta opinión, ser capaz de hilvanar frases con una cierta gracia no tiene por qué otorgarte ninguna plusvalía en forma de reconocimiento social. Sin duda necesitamos a los fabricantes de historias y de sueños, pero también necesitamos a los cirujanos, a los fontaneros y a los ingenieros de telecomunicaciones, y a ninguno de ellos se les ocurre exigir un lugar en las enciclopedias ni el levantamiento de una estatua que, en el mejor de los casos, estará llena de cagadas de palomas a las primeras de cambio.
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