Olga de Amaral
Desde que descubrí que partiendo de El Retiro se puede llegar caminando a cualquier punto de la capital, rara es la exposición en Casa de Vacas que me pierdo. La última la he pillado por los pelos, ya que se clausuró ayer. Se trataba de una exposición de tapices de la artista colombiana Olga de Amaral. Confieso que siento una profunda envidia por las artes plásticas, y no sólo porque solía suspender esta materia en el instituto. Mientras que las palabras están requetesobadas, manidas, adulteradas, es difícil sacarles brillo, como esos parqués mil veces acuchillados, la música, la pintura, la escultura, aún gozan del privilegio de la inocencia. Lleva razón Olga de Amaral, el hilo es la palabra, y la luz. Donde otros ponemos sílabas, palabras, ella utiliza lino, plata, estaño, oro, hasta dar forma a nuestros sueños más inefables, a nuestros impulsos más nobles. Y nos hace emocionar a través de la belleza no adulterada. En el principio no fue el Verbo: fue la Luz.
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