Babeuf
Aunque todos los allí reunidos éramos defensores acérrimos de la igualdad, ninguno protestó cuando Diego, el dueño de la cervecería, me entregó la llave mágica que nos permitía hacernos con dos mesas y una decena de sillas que, oportunamente desplegadas en la terraza del local, nos convirtió en la envidia de los clientes que permanecían en el interior. Y es que hay privilegios a los que ni el mismísimo Babeuf habría podido renunciar. Ya te digo.
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