La calle
Ayer por la tarde, aprovechando un desplazamiento al centro, decidí hacer una sesión maratoniana de paseo callejero. Cuatro horas dan para mucho: para ver, por ejemplo, una insólita banda de viento formada por indigentes en Callao, oír buen jazz en el metro, ver a una señora en la Gran Vía con una pancarta de España, una grande y libre, montar una tertulia espontánea en una esquina del barrio en la que hablamos, cómo no, de la concentración a favor del suicidio y la pena de muerte de hoy, descubrir una iglesia recóndita en el barrio de Salamanca, recibir el enésimo pésame del frutero y del charcutero por el cantado descenso de la Real. Y es que la calle es una universidad al aire libre. Mal que les pese a la sociedad funeraria que dentro de unas horas, borrachos de sombra negra, clamará venganza. Que dios nos pille confesados. Virgen santa.
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