El padre
Un año después he vuelto al Renoir Retiro, para ver El padre, de Florian Zeller. Era nuestro cine. En él hemos visto una larguísima lista de películas, solos o con LM y C. No podíamos sospechar, hace un año, cuando fuimos a ver 1917, que aquella sería la última vez. Me ha impresionado ver los vestíbulos vacíos, sin asientos, los espectadores separados y con mascarillas. Parecía el paisaje después de una batalla. La película me ha emocionado. Cuando la inteligencia y la sensibilidad van de la mano es posible el milagro artístico. El guion reproduce el desconcierto progresivo del anciano, representado por un superlativo Anthony Hopkins, atrapado en un laberinto en el que las bifurcaciones se suceden a una velocidad uniformemente acelerada. No hay hilo de Ariadna que le pueda regresar a un pasado que se esfumó para siempre. Sale uno con la amarga certeza de que la pantalla es un espejo en que se nos muestra nuestro futuro. Y para él no hay vacuna que valga.
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