Don Eladio, doña Mercedes
Cuando niño, los profesores tenían título de don. Mi primer maestro fue don Antonio el Lápiz. El segundo, don Antonio el Cojo. A primero lo temíamos por la facilidad con que aplicaba severos correctivos. No era un mal tipo, pero practicaba a conciencia el arte punitivo. El segundo murió al poco de comenzar el curso. Yo tenía nueve años y me impresionó mucho. En los dictados, se le movían los pelillos del bigote cuando pronunciaba las fricativas. Gracias a ello aprendí a diferenciar las uves de las bes. Si tuviera que elegir a los dos profesores que más me han impresionado, escogería a doña Mercedes, más conocida como la Cuqui, un soplo fresco de libertad, que luego acabó viviendo con un compañero de clase, y a don Eladio, un hombre de verbo pausado, mirada azul y una sonrisa perenne en los labios. Ambos fueron mis profesores durante tres años. Ella, en Cheste; él, en Eibar. Como profesores de Lengua y literatura les habría hecho gracia saber que el zangolotino tímido y fantasioso que era se ha convertido en un escritor de clase media.
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