Nochebuena
El maduro profesor corría por un parque solitario bordeando la M-40, ni siquiera los acostumbrados perros siniestros con sus no menos siniestros dueños, poco antes de la cena de Nochebuena. De pronto, en un recodo del camino, bajo la luz cenital de una farola, un mendigo alzó su brik de vino y le deseó Feliz navidad. El corredor paró en seco, se aproximó al mendigo y, despojándose de su guante derecho, le dio la mano, devolviéndole el deseo. Luego, algo aturdido y confuso, siguió su carrera a ninguna parte.
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