Bendita inocencia
No seré yo quien practique la socorrida alabanza de aldea y menosprecio de corte. Conozco demasiado bien lo que se oculta tras la cara amable de los pueblos pequeños para caer en ese error. Aún así, no dejan de emocionarme algunos hallazgos en mis cortos viajes al sitio donde nací. Me acerco a una huerta para comprar fruta y el hortelano se disculpa diciendo que ha olvidado la balanza en casa. Lo pesa a ojo de buen cubero, pero con claro beneficio para el cliente, y todavía tiene el detalle de no cobrarme los ajos. Pésalo en casa, me dice, y si ves que te he cobrado de más, vuelve. Me voy con la sensación de que no todo está perdido.
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