¿Por qué eres profe?
Profe, ¿por qué eres profe?, pregunta recurrente, reiterativa. Y difícil de contestar. Si acaso, algunas intuiciones. Provenir del medio rural, por ejemplo, donde el cuarteto no precisamente de Alejandría eran el cura, el alcalde, el secretario municipal y el maestro. Desde mi almena infantil, identificaba estas cuatro figuras con el éxito, de modo que imagino que parte de la respuesta a la pregunta, por duro que me resulte aceptarlo, radica en este hecho fortuito. Lo de ser cura no parecía la mejor opción para alguien que ya a la temprana edad de los 14 años se convirtió en un descreído irreductible, pero como comparto el juicio de Heinrich Böll acerca de lo pesados que son los ateos hablando a todas horas sobre Dios, no profundizaré en este asunto. Lo de la alcaldía también era harto improbable: la carrera de político no se halla en mi santoral, por decirlo suavemente; además, nunca me votaría a mí mismo, de modo que mal puedo pedir el voto ajeno. Yo como secretario, o en cualquier puesto de gestor burocrático, acabaría en un par de días con los archivos y la paciencia de los usuarios: que alguien sea capaz de llevar un mínimo orden con los legajos, carpetas, clasificadores, etiquetas y otros elementos similares me ha parecido desde siempre, abonado como estoy al caos, algo admirable. De modo que, por descarte, acabé siendo profesor, en un vano intento por emular a mis maestros escolares y por gozar de un mínimo de su autoridad y prestigio. Éramos tan pobres que un humilde maestro de los años sesenta nos parecía un triunfador en toda regla, un tiburón de las finanzas domésticas.
3 Comments:
Creo que te has dejado al médico, aunque en el pueblo donde yo estuve no tenía mucho prestigio porque se despelotaba ante las mozas jóvenes.
Todo el pueblo lo sabía, era un secreto a voces. Yo no tenía ni idea y unos días antes de mi primera consulta, la farmacéutica me alertó. Pense que eran tonterías de la gente del pueblo. Cuandó informe al doctor de mi resfriado y vi que sus manos se dirigían hacia su hebilla, no se quién fue más rápido si él bajandose los pantalones o yo satlando por la ventana.
Sí, es cierto que me olvidé del médico. Tampoco gozaba de mucho prestigio en mi pueblo.
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