Ángel González, poeta
Confieso, que Manuel y Carmen O. me perdonen, que no soy un gran lector de poesía (ni de ensayo, aunque por diferentes razones). Tal vez a ello contribuya que, salvo alguna honrosa excepción (Francisco Brines, por ejemplo), cuando he tratado personalmente con poetas, me he encontrado algún especimen dado al cultivo infatigable de su parcela de gloria, tipos fatuos y arrogantes tendentes al vedetismo y al ombliguismo, incapaces de ver más allá de sus cuitas personales. Soy consciente de la injusticia y simpleza de estos comentarios porque, a fin de cuentas, tampoco he tratado con muchos poetas, pero no soy ajeno al caudal de prejuicios y clichés que todos llevamos dentro. Sirva tan interminable preámbulo para decir que la razón por la que Ángel González me entusiama es porque no parece un poeta al uso. Proclive como era a la melancolía, muy dado a apostar siempre por el caballo perdedor, con la dosis de lucidez y coraje precisos para percatarse de la miseria mundana, pero también con el arrojo de seguir en pie de guerra, ignorando el resultado ya escrito de antemano y compulsado por los burócratas de guardia. Su verso me gusta porque, aunque aparentemente habla de él, es capaz de trascenderse y hablar de nosotros mismos. Me miro en el espejo de su obra y reconozco la figura desconcertada, amarga y ética que sobre él arroja la luz incierta de su poesía.
1 Comments:
Formidable (y real).
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