Comida
27 profesores del instituto nos juntamos a comer en El Berrueco, en un restaurante de postín rodeado por jaras, pinos y con la presa de El Atazar a los pies. Mientras comemos, siento la contradicción que me ha perseguido toda la vida: el deseo simultáneo y paradójico de echar raíces y de largarme de los sitios donde ya he dado lo mejor (y lo peor) de mí mismo para partir de cero. Claro que nunca se parte de cero: siempre nos llevamos a nosotros a los nuevos ambientes. Aún así, no puedo evitar una sonrisa emocionada al ver tan felices a buena gente como Gabriel, Paquita y demás compañeros. En esos momentos, sólo una orquesta verbenera, financiada por el PP para conquistar los votos de los ancianos, pone una nota de discordancia. Antes compraban esos votos con colchones. Ahora lo hacen con comidas y bailes en restaurantes. Siguen dando el chocolate del loro (y el de Paquito).
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