Blog de Juan Fernández

De todo un poco, como en botica. Apuntes medioseculares, donde, por hablar, se habla hasta del gobierno. Este blog cuenta con la bendición de los siguientes santos: San Woody, San Humphrey, San Frank McCourt, Santa Almudena, Grande de España, patrona de los canadienses, y Santa Dorothy Parker. Borrachos y borrachas de sombra negra, abstenerse.

Mi foto
Nombre:
Lugar: Madrid, Spain

martes, septiembre 30, 2008

Cumplesiglos

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Jaime Gil de Biedma

lunes, septiembre 29, 2008

El editor

Un par de conocidos me preguntan por qué he cerrado los Apuntes indocentes, y les enseño el mensaje de mi editor: Estimado Juan, ignoro si sabrás que la edición de un libro, con una tirada de 1500 ejemplares, nos supone una importante inversión. Para amortizar el gasto, necesitamos vender al menos 1100 libros. De momento, has conseguido eliminar como potenciales compradores al colegio de pedagogos en pleno, a la clase política y sindical al completo, al círculo católico, al cuerpo de inspectores, a bastantes compañeros de trabajo, a la compañera P., a la asociación de familias tradicionales, a Lady Voldemort, al gremio de poetas solidarios, a los que visten de trapillo, a la izquierda exquisita, a los votantes de doña Esperanza Aguirre, a los concursantes de premios (eso te incluye a ti mismo) y a un largo etcétera. Te agradecería que dejases de hacerte el chistoso (maldita la gracia) y pensases en los demás. Un cordial saludo.
Todo sea por El canadiense, amigos.

domingo, septiembre 28, 2008

Los girasoles ciegos

A diferencia de otros países, como Alemania e Italia, en España no hemos llevado a cabo ni, por usar una terminología afecta a esta hermosa película, examen de conciencia, dolor de los pecados ni, last but not least, penitencia alguna por nuestros pecados históricos. En un reciente viaje a Berlín, mi interlocutor alemán me mostraba su vergüenza por el pasado histórico alemán en el siglo pasado, y yo intentaba hacerle ver que en España también sufrimos un régimen fascista del que aún se sienten herederos ideológicos, con todos los matices que se quiera, un buen número de españoles. Esta, Los girasoles ciegos, es en realidad no una película histórica, sino de terror, de un terror que tiene lo cotidiano como ámbito y a seres inocentes como víctimas. La interpretación de Maribel Verdú, con un personaje donde confluyen todas las torpezas, crueldades y bajos instintos ajenos, es sencillamente portentosa. Con un papel que se prestaba al exceso y a la sobreactuación, logra un punto de equilibrio, siempre precario, un estado de contención, de la parálisis que precede al estallido final, absolutamente admirable. No podemos decir lo mismo del actor Raúl Arévalo, que no da, en mi opinión, con el registro de un personaje que trata de reprimir en vano un deseo visceral. A su vez, Cámara y José Ángel Egido consiguen con sus actuaciones un grado notable de verosimilitud, aunque a bastante distancia, insisto, de la formidable Verdú (mención especial merece el joven actor que interpreta el personaje de hijo pequeño). Ciertamente, Cuerda retrata, ayudado por una magnífica fotografía, una luz tenebrosa, de claroscuro, y una música que subraya una temporalidad sinuosa, la terrible desolación, la atmósfera irrespirable, con tufo a sotana y confesonario, de unos tiempos no demasiado lejanos, y denuncia con elocuencia los excesos del poder, en este caso, nacionalcatólico, aunque creo que, con otro lenguaje litúrgico y puesta en escena, es extrapolable a todos los poderes absolutistas, beneficiarios de una impunidad permanente. No hagan caso a algunos críticos exquisitos: es una gran película. No se la pierdan.

sábado, septiembre 27, 2008

Desapuntando

No sé si a bueno o malo, pero el blog llega hoy a puerto, y quisiera hacerlo sosegadamente. Con él, con el blog, ambicioso e inconsciente como soy, pretendía algo con toda seguridad no insólito, pero sí infrecuente: que quien hablase sobre educación fuese alguien que trabaja en ella no desde torres de marfil sino en el campo de batalla. Pretendía asimismo incorporar los comentarios de los lectores, ir modificando el rumbo estilístico y temático en función de la dirección en que soplaban aquellos. Toda singladura tiene sus riesgos y contratiempos. Hay quienes se han ofendido ante lo que no eran sino apreciaciones generales, sin particularismos, dándose por aludidos y haciendo del caso un agravio imperdonable. Qué le vamos a hacer. este bendito país está lleno de sansebastianes. Y quienes, en el otro extremo, además de aludir de pasada a mi precario equilibrio mental, me han confesado que se han reído en algunos pasajes. De todo el reparto que forma parte del rodaje educativo, los únicos a quienes respeto y en muchos casos admiro son mis compañeros de profesión y los alumnos. Puedo discrepar en algunas ocasiones, mantener encendidas polémicas (nunca fui un modelo de diplomacia florentina), discutir, dejar de hablarme durante un periodo, pero sé que unos y otros están en las mismas trincheras que yo. Quería dejarlo claro, por si alguien se ha llamado a engaño. Y sobre la educación en general, acabaré diciendo que, de mediar el propósito, no es preciso ser catedrático de ciencia infusa para mejorarla. De entrada, a los profesores habría que dejar de tratarles como menores de edad. Si alguien conoce el paño, son ellos, que lo usan a diario. Sorprende la marginación que sufrimos, los docentes, a la hora de elaborar cualquier plan educativo. Por poner un ejemplo, me recuerda a la contradicción escandalosa de la iglesia católica: si todos fuéramos consecuentes con su doctrina, adiós familia (los curas no se casan) y adiós sexo (se supone que son célibes). Es decir, pontifican sobre dos campos, el familiar y el sexual, sobre los que en teoría no solo carecen de experiencia alguna, sino que con su proceder contribuyen a eliminar de la faz de la tierra. Algo similar ocurre con la enseñanza. Tipos que jamás han puesto los pies en un aula deciden cuáles son las mejores recetas, todo ellos utilizando un lenguaje pomposo, intrincado y críptico, carente las más de las veces de significado alguno. Y luego están los políticos. Retóricas también al margen, ninguno de ellos está verdaderamente interesado en esta cuestión. ¿A quién le interesa invertir en algo cuyos resultados se verán a medio o largo plazo? En cambio una autovía, hombre, es mucho más vistoso y telegénico, y permite además ver al mandamás de turno en el numerito de las tijeras, la cinta, y el declaro inaugurado este pantano. Tampoco consentirían ese híbrido vergonzante de las escuelas concertadas: fondos públicos, gestión privada. En muchos países señeros no existen. En países tan poco sospechosos como Alemania o Canadá, más del 90% del alumnado acude a la escuela pública, y no parece que les vaya mal. Pero aquí sufrimos una mezcla explosiva: políticos zafios, populistas e inmorales, unas clases medias (y vuelvo a generalizar) carentes de solidaridad alguna, ávidas de distinción, ventajistas sin escrúpulos, cretinos sin fronteras que se parapetan en los despachos para impartir sin pudor consignas y mantras al albur, la propia iglesia, hombre, tan en las antípodas de sus principios cristianos de caridad, justicia y perdón, y el atraso secular, el puto atraso de un país que ha perdido todas las guerras civiles y que cree que porque ahora usa un buen papel de fumar para cogérsela ya es alguien, cuando lo cierto es que seguimos llevando la misma boina de paletos que llevamos desde Viriato, con algunas excepciones que por lo general han acabado siendo fusiladas contra las tapias de los cementerios o enviados al ostracismo.
PS.- Gracias por su tiempo y sus comentarios. En lo sucesivo, este blog, que nunca debió abandonar el Misisipí, volverá a tratar de películas, libros y exposiciones.

jueves, septiembre 25, 2008

Barcelona ya no era una fiesta

El último trimestre de mi estancia en Barcelona me dejó en perfecto estado de revista para el futuro: la chica del vestido negro ajustado me dejó por un electricista de su empresa después de una de esas paradigmáticas intervenciones mías en la que, en presencia del aludido, reproché a su íntima amiga (de la chica del vestido negro) que desde que salía con aquel tipo solo abría la boca para bostezar (mi innata facilidad para decir la frase inapropiada en el momento inoportuno, es un don natural, carece de mérito), repartí esos últimos tres meses entre una colchoneta sobre el suelo en la habitación de mi mejor amigo por aquel entonces y una habitación sin persianas ni cortina en una lóbrega pensión de un barrio periférico (y esto más que a El profesor se empieza a parecer a Las cenizas de Ángela), tuve que esperar a la repesca de septiembre para lograr el título de maestro porque mi compañera de trabajo decidió invertir su tiempo en toxicomanías varias antes que en pasarse por la Facultad para entregar en el plazo correcto el trabajo que ambos habíamos hecho, y un 14 de octubre me despedí en Sants de la chica del vestido negro (nunca más he vuelto a verla ni a saber de ella, ignoro si se habrá producido algún cortocircuito en su relación) y me monté en el 600 de mi amigo Valen, rumbo a la capital de la Españas, donde aún sigo deambulando. Aún tenía que pasar por el infierno militar, palpar el fascismo en estado puro, desentrañar los mecanismos de la brutalidad más abyecta (sin embargo, acabaron premiándome con una orla y un diploma, debí parecerles inofensivo), preparar aceleradamente las oposiciones al finalizar la etapa cuartelera y cruzar las dedos para que los fúnebres augurios y la más elemental de las leyes de probabilidad no se cumplieran. El contricante invisible al que nos pasamos la vida enfrentados disponía no de uno, sino de un sinfín de match points a su favor. Yo rezaba miles de oraciones laicas para que no le entrase el primer servicio, hombre.

Etiquetas:

miércoles, septiembre 24, 2008

Currículum escolar III

En mi etapa barcelonesa, además del currículum escolar propiamente dicho, llevé a cabo un aprendizaje extramuros, un viaje iniciático por la vida no académica. Durante los veranos (y parte de los otoños), para costearme los estudios, trabajé en una fábrica de leche como peón sin especializar, la categoría social más baja dentro de una pirámide ya de por sí bastante truncada. Aprendí lo que los pedagogos, esa plaga bíblica, llamarían contenidos actitudinales. Omitiré pasajes escabrosos, no aptos para un público selecto como el que aspira a tener este blog, como las duchas de los viernes (adquirí una gran pericia en ducharme sin apoyar jamás los pies en el plato) y la peculiar manera con que Claudio atravesaba la nave de cabo a rabo, y me limitaré a rescatar los pecios más valiosos. Uno pasaba, en cuestión de horas, de jugar al tenis en el escogido club de Pedralbes, rodeado en el esplendor de la hierba de sirenas bilingües, al ambiente cochambroso de una fábrica láctea donde por cuestiones jerárquicas siempre acababas en los peores destinos. No me quejo. Allí aprendí en la práctica, en primera fila, como espectador privilegiado, el valor de la dignidad, gracias a tipos como el mencionado Claudio o su hermano Eusebio, iletrados capaces de poner contra las cuerdas a encorbatados ejecutivos con un par de másters en la faltriquera, o como el Apaños, capaces de mantener a flote la sonrisa en el fragor de la maquinaria. Si mi escasa cultura se la debo, como dije, a Éibar y a Cheste, mi menguante capacidad de rebeldía se la debo a mis compañeros de viaje por aquella vía láctea. Esa misma rebeldía la he echado siempre en falta en mi carrera indocente. Este cuerpo, el de profesores, es en general un cuerpo adocenado, formado en general (yo el primero) por individuos proclives al lamento jupiterino a la hora del café, con unos sindicatos de cartón piedra, burocratizados, a una distancia sideral de la realidad escolar. No se comprende de otro modo que, mientras la administración está procediendo a un programado desguace de la escuela pública, sigamos discutiendo asuntos de índole menor, peleándonos por baratijas mientras cuatro desalmados están repartiéndose el botín a manos llenas. Y aprendí también que para la lucha por la vida es indiferente tener o no un lenguaje exquisito. Aquellos tipos decían haiga y pa'llá, pero a la hora de reivindicar sus derechos tenían la destreza necesaria como para poner sus atributos sobre la mesa mientras clavaban su mirada en el interlocutor y no daban un paso atrás por grande que fuese la embestida del contrario. Tal vez, el problema educativo radique en que sobran cretinos por las alturas y nos hemos convertidos en hombres y mujeres sin atributos por las bajuras. Aunque, al ducharnos, podamos plantar sin temor alguno los dos pies en la ducha, mientras extendemos el gel por nuestras pieles fragantes.

martes, septiembre 23, 2008

La carta de EL PAÍS

Siguiendo la doctrina Álvarez-Cascos sobre el interés general, reproducimos esta carta en un medio público.

Sr. director:
Lamento comprobar cómo una vez más asistimos a la tradicional cacería mediática y sindical de las propuestas liberalizadoras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, doña Esperanza Aguirre. Su última medida, la de acabar con el monopolio de la enseñanza pública, pese a los comentarios sarcásticos sobre que mal puede hablarse de monopolio cuando solo se controla un tercio del sector, mediante la implantación del cheque escolar para que sean los padres quienes libremente escojan entre la escuela pública o la concertada, me parece una medida coherente, necesaria e innegablemente progresista. Tengo la convicción de que, en lo sucesivo, Esperanza Aguirre y su gobierno crearán graciosamente otros cheques para ampliar hasta el final esa misma libertad. Entre ellos, se me ocurre el cheque religioso, para que cada ciudadano decida libremente cómo invertir ese dinero, si lo destina o no a una iglesia y, en caso afirmativo, a cuál, de modo que se acabarán al fin las subvenciones gubernamentales y el lamentable batiburrillo en los funerales monopolísticamente católicos que se celebran tras las grandes tragedias como el accidente de Barajas. Se acabará asimismo con las subvenciones de organizaciones antiabortistas y otras de fervoroso credo religioso. No estaría de más tampoco crear el cheque de transportes, a fin de que cada españolito decida cada mañana si se lo gasta en su coche privado, en un taxi o el el tren de cercanías. Y ya puestos, dado que el gobierno autonómico presidido por ella cobra sus emolumentos de las arcas públicas, me parece oportuno sugerir que se cree también el cheque político, de modo que sea cada ciudadano quien decida en conciencia si pagar o no, con su dinero, a unos dirigentes, los populares, que tienen toda la apariencia de actuar como quintacolumnistas de la empresa privada con el declarado propósito de desmantelar lo poco que nos queda del añorado Estado de bienestar para subastarlo entre los familiares y allegados.
Juan Fernández Sánchez

lunes, septiembre 22, 2008

Por todos los santos

Se lo diré sin rodeos: a todo cerdo le llega su San Martín, aunque hoy sea San Mauricio (sí, ya sé que usted tiene a gala ignorar el santoral). Cuando he leído en la prensa la destitución de Álvaro Valverde como director de la Editora Regional de Extremadura, esa que derrocha alegremente los impuestos de los ciudadanos en la publicación de obritas de dudosa calidad e indubitable amoralidad, no he podido evitar el pensar que sí hay una justicia divina. O sea, que su máximo valedor para publicar estos Apuntes indocentes, el mismo sujeto que decidió arbitrariamente editar La sonrisa de Buster Keaton, ha sido puesto de patitas en la calle y lo va a tener usted francamente difícil para que este blog se convierta en liblog, por aceptar su estupidez léxica. Y como las malas noticias siempre vienen a pares, como la Guardia Civil caminera, permítame también que le dé otra que me temo tampoco va a ser de su agrado: la mayor parte de los lectores de este blog son jefes de algo. De estudios, de negociado, de personal, de departamento o de planta, pero jefes. Derroche usted ingenio, créase la Dorothy Parker de las letras hispanas y luego resulta que, como Sabina o a Almodávar, salvando las distancias siderales de repercusión social entre ellos y usted, solo les interesa a los jefes. Siga usted sembrando de cadáveres su recorrido pseudoliterario (le asombraría conocer la lista de damnificados de este blog, gentes que con razón o sin ella se han dado por aludidos con sus invectivas y exabruptos), use una jerga puerilmente contestaria, continúe con su exhibición impúdica de miserias, cultive ese ridículo malditismo lírico, cúbrase de gloria, por dios, para lograr de una sola tacada el cese del señor Valverde y ese universo de gente acomodada que, en sus ratos libres, se ríe de sus ocurrencias (uno de ellos le ha puesto en los comentarios que está usted como una cabra). Me consuela saber que en breve abandonará este proyecto. No sabe el bien que le va a hacer al alicaído panorama literario español, hombre. Váyase, señor Fernández.

domingo, septiembre 21, 2008

Currículum escolar II

Hombre, a mí me hubiera gustado ser como uno de tantos conocidos que se las han ingeniado para no alzar jamás la voz contra el orden establecido, no rebelarse jamás contra los directores, ni como alumnos ni ya como profesores ellos mismos, tener el riñón bien forrado, con una buena paga que me permitiera conocer mundo, vestir de trapillo, con la indumentaria de reglamento progresista, cultivar una estética decadente, marginal, fumarme un porrete a la salud de los colegas y arreglármelas a la vez para exhibir una estampa impoluta de revolucionario de pro, con auténtico pedigrí. Ah, si hubiera aprendido a escupir a barlovento, como le enseñaba John Silver el Largo a Jim, otro gallo hubiera cantado. De haberlo sabido antes, habría logrado algo tan inaudito como el mítico acceso directo en Magisterio, que te proporcionaba un puesto de trabajo sin pasar por el engorroso trámite de las oposiciones, pero esta insana costumbre de hablar cuando no debo, esta crónica incontinencia verbal, hizo que algunos profesores me diesen un aprobado raspado que dio al traste con la nota media. Bien es verdad que hubo algún profesor que se batió el cobre por mí en la junta de evaluaciones, pero la proporción entre unos y otros era similar a la del electorado de la Comunidad de Madrid, para entendernos. El caso es que en aquellos tres años aprendí a sobrevivir una semana a base de galletas, un mes a base de lentejas, a dejarme caer por los pisos de los amigos casualmente a la hora de la comida (y aceptar a regañadientes que me pusieran un plato), a viajar haciendo autostop (y a bajarme apresuradamente cuando descubría que algún conductor pretendía ir más allá de una amena conversación), a saquear el fondo común del grupo con el que viví mi primer año, para compensar a un ciego del Metro a quien le jugué la mala pasada de dar un pisotón al suelo cuando llegué a su altura para comprobar si se ponía a cantar automáticamente (tener que explicárselo a mis compañeros de piso, cuando vieron las arcas vacías, ha sido una de las experiencias más duras de mi vida). También aprendí que el amor a veces nos puede librar de una buena tunda. En una de las muchas manifestaciones (me había convertido en un manifestante profesional) a las que acudí, en compañía de mi inseparable Gildo, dejé a éste poco antes del final del recorrido, por una cita con la chica del vestido negro ajustado. Al día siguiente vi a Gildo con las manos en la cabeza, escoltado por dos policías, en la portada del periódico. Pasó tres días en los calabozos de la comisaría, recibiendo una generosa dosis de tortura, antes de que yo lograse reunir el dinero de la fianza.

viernes, septiembre 19, 2008

Currículum escolar I

A los cinco años mi madre me llevó por primera vez a la escuela y me dejó solo ante el peligro por primera vez. Recuerdo perfectamente la escena: era una tarde gris y el viento cimbreaba los eucaliptos que rodeaban la clase. A los siete años tuve que aprender a defenderme de los cachetes y palmetazos del maestro (apodado el Lápiz, llegó al puesto por haber sifo alférez provisional en la guerra) y los guantazos del matón de turno. A los diez tuve el primer maestro interesante, el primero en llevarnos al campo para sus explicaciones, en la mejor tradición regeneracionista. A los once aprendí en primera persona lo que luego se llamaría bullying (me habría consolado saber que las patadas en el estómago que me daba un tal Milara ante el gesto complacido del resto de los compañeros tenía un nombre tan exótico) y que para mí eran solo las acciones de un hijoputa de primera (sigo pensando esto último, tantos años después, y no conservo un solo amigo de aquella época, las víctimas son poco carismáticas). A los doce tuve la suerte, con una beca de por medio, de recalar en un centro que estaba en las antípodas de la mediocridad y el horror rural en que me había criado: el Centro de Orientación de Universidades Laborales de Cheste, Valencia. Allí vi por primera vez una piscina, supe lo que eran los laboratorios de idiomas, de Química, un polideportivo, el papel higiénico, aprendí a pelar una naranja con cuchillo y tenedor, vi mi primera película, hice excursiones, supe que existían otros deportes además del fútbol y llevé pantalones largos todo el año (lo mejor que hay en mí, profesionalmente hablando, se lo debo a los profesores de Cheste y de Éibar). A los dieciséis, el patito feo que aprobaba Educación Física por caridad cristiana, se convirtió en una estrella rutilante del balonmano, me convertí en el portero titular de la selección de la Universidad Laboral de Éibar, viajé por toda Guipúzcoa y disfruté de la complicidad deportiva y afectiva de mis compañeros. A los diecisiete hice un descubrimiento sorprendente: uno podía sacar las mismas notas tanto si estudiaba como un poseso como si se dedicaba a la dolce vita, aprendí la ley del mínimo esfuerzo. Ese mismo año, el rector de la universidad dictaminó que yo era un tipo subversivo y peligroso y decidieron trasladarme a Sevilla al año siguiente. En Sevilla fui tratado a cuerpo de rey: para la élite estudiantil yo era un mártir (imagino que les defraudé profundamente, nunca tuve madera de líder) y para los curas que dirigían el cotarro, un sujeto peligrosísimo al que le dieron desde el primer instante un trato de favor y unas prebendas de las que nunca más he vuelto a disfrutar.A los dieciocho, por este orden, Perico, el gran Perico, se inmoló para que los diez exiliados, repartidos por toda la península (La Coruña, Sevilla, Tarragona, Toledo...) pudiéramos regresar del exilio, me dejé crecer el pelo, me enamoré, junto al resto de los quinientos compañeros, de la chica estrella, me acostumbré a enlazar las noches en blanco festivo y los exámenes a la mañana siguiente e hice mi primera huelga de hambre (estaba previsto que durase una semana, pero nos rendimos a las doce horas, después de una amenaza de muerte y una conversación kafkiana con el rector, que se nos declaró marxiano, y un comisario de policía bastante siniestro). A los diecinueve, ya en plena carrera universitaria (Magisterio, en Barcelona), perseveré e incluso intensifiqué mi ley del mínimo esfuerzo y fui un poco más allá en mi peculiar investigación: descubrí que sin aparecer por clase y estudiando solo cuatro horas antes del examen, se podía ir tirando razonablemente bien. Empecé a hacer acto de presencia en el recinto universitario por amor: caí rendido ante una chica con un vestido negro ajustado y una sonrisa deslumbrante (aunque aclaro que no llegué hasta el extremo fundamentalista de pisar el aula: me quedaba en la cafetería, donde hice amistad con un jugador del Barcelona y con el eficiente Joseba, el camarero).

Pongamos que hablo de Berlín

No me queda más remedio que intervenir, aunque sea por última vez, profe, pero tengo dos buenas razones para hacerlo. La primera por alusiones: ese friki que me llama consejero áulico, que ya son ganas de tocar los cojones. Y la segunda es que esto parece una revista de esas que no compra nadie, ni para envolver el bocata. Te pones tan sensiblero, hombre, tan predicador, que me asombra que tengas algún lector. Cuenta lo de Berlín, cuando te regalaron un vale para comer gratis nada menos en la Kürfurstendamn, tío, y tú, para contestar al tipo que te hablaba en alemán, soltaste una de tus paridas, I'm just Spanish, sólo soy español, te partes, y le hiciste gracia, ya ves, y la conversación acabó enredándose, se disculpó el hombre por el pasado alemán y tú, para no ser menos, le hablaste de Franco y el fascismo, y el tío era tan simpático que se interesó por tu trabajo, y al oír que dabas Lengua y Literatura en Secundaria te preguntó que si escribías algo, y tú, claro, no ibas a dejar pasar la oportunidad, le hablaste del premio José Coronado ese, y como no entendía lo de Coronado tú dijiste lo de crown, royal crown, y no sabes cómo pero le dijiste también que habías sido vecino de la princesa Leticia Ortiz, mimo barrio, the same quarter, y el hombre parecía impresionado de veras, un premio real y una vecina real, y te llevó como una reliquia adonde sus amigos, y salió el jefe, hombre, en persona, y ordenó que te pusieran sendos platos típicos, y cerveza, mucha birra, Berliner Pilsen, y a esas alturas era imposible desfacer el entuerto, cada palabra tuya era escuchada con reverencia, lo nunca visto, y habrás visto cómo un país en el que el 93% de los chicos van a la escuela pública puede funcionar tan maravillosamente, calles limpias, hasta los mendigos derrochando buenos modales, los metros ya no puntuales, sino anticipándose al horario previsto, y qué parques, el Tiergarten ese que te atravesaste a solas ya de anochecida, un poco temerario, vaya, y qué centros comerciales, el KaDeWe, impresionante, cuenta cosas así, profe, que si no el liblog este no le va a interesar a nadie, hombre, perdona que te diga. Y con el friki ya hablaré en privado. Sé adónde va en los recreos.

jueves, septiembre 18, 2008

En el principio

En el principio fue el verbo. Y el sustantivo. Y el adjetivo. Y toda la corte morfológica. Y los nervios. Cada comienzo de curso, indefectiblemente, con la precisión de un metrónomo, como la Liga de fútbol en septiembre, las cerezas en mayo o la Semana Santa después del primer domingo después de la primera luna llena después de no sé qué, los esforzados docentes, especialmente los veteranos y supuestamente curtidos en mil batallas, nos confesamos nuestros estado al borde del ataque de nervios, nuestra tribulación. No es de extrañar. Dirigidos como estamos por unos generales que simpatizan y pactan bajo los focos con nuestros supuestos enemigos y cuyos desvelos tienen como último propósito nuestra incondicional rendición, con una creciente restricción de material, con una opinión pública que o bien nos ignora o nos vitupera, con alguna honrosa excepción, y unos alumnos que como Dorian Gray han pactado con el diablo y siempre tienen la misma edad, parece inevitable nuestra íntima desazón, el deseo de alcanzar la orilla de la jubilación antes de que el barco acabe por irse al fondo del mar, donde, como bien sabe Fito, cada vez hay más barcos hundidos. Estamos rodeados, admitámoslo, pero mientras nos quede una sola bala en la recámara, hay que seguir luchando... contra nuestros generales. Aún nos quedan en la bodega algún barril de paciencia, un par de cajas de humor (aunque algo mojado), y una libra de dignidad. Agotemos nuestro arsenal. No será fácil, pero ¿quién dijo que vivir lo sea? Contamos además con el apoyo incondicional de San Woody (a quien tenemos ahora mismo en Donosti) y de San Humphrey Bogart, que está en los cielos fumándose un cigarrillo a nuestra salud. La bandera blanca puede esperar, compañeros.

miércoles, septiembre 17, 2008

Yo también

Sostiene McCourt que deberían crear una medalla para tipos como él, provenientes de familias paupérrimas, con un padre alcohólico y un paisaje sin horizonte alguno. Me adhiero a su propuesta y, de paso, solicito otra para mí. Me apresuro a aclarar, para salvaguardar la honra familiar, que mi padre nunca fue alcohólico (realmente fue un trabajador de sol a sol), pero pobres sí éramos, de esos que ahora llaman de solemnidad. Que yo haya llegado a profesor de instituto se debe a tantas carambolas que debería estudiarse como caso práctico en la Facultad de Estadística. Tuve que aprobar una beca para Cheste (uno entre quince), sacar unas cuantas matrículas de honor para vencer el escepticismo paterno, aprobar la oposición de Magisterio en la primera convocatoria (uno entre 33) y la de Secundaria (por el turno de acceso del cuerpo B al A, a la quinta oportunidad). Sé que no es para salir por la calle tirando cohetes, pero para ser el hijo de un hombre que nunca pisó la escuela porque, huérfano, un tío de mala sombra le puso a trabajar a los 5 años y que hizo la guerra civil en una brigada de choque en la que murieron todos excepto un compañero y él, no está mal. Y sostiene también McCourt que carece de autoestima, que se le robaron en la infancia. A mí también. Cuando Delibes, desde su óptica de señorito urbano, traza esos cuadros arcádicos del medio rural, a mí es que me entra la risa floja. Delibes no tiene ni puta idea de lo que supone ser el hijo de un jornalero forastero en un pueblo pequeño durante la etapa franquista. Te obligan a mirar tanto hacia arriba que acabas con tortícolis crónica, y ese dolor no te lo quita ningún premio José Coronado ni oposición que valga. Te quedas así de por vida, aunque algún despistado crea que, por tu alma lírica, estás mirando las estrellas. Qué coño, sigues mirando hacia arriba de por vida, porque si miras hacia abajo te crujen las cervicales y te entra vértigo. Y sigue sosteniendo McCourt que él no es inteligente ni brillante, sino terco. Yo también. Si hubiera sido inteligente y brillante a estas alturas sería alguien importante, no sé, catedrático de Pedagogía, líder sindical, jefe de planta del Corte Inglés o asesor cultural de Aguirre, y si no hubiera sido terco, habría hecho caso a quienes se han pasado la vida diciéndome: imposible. Ello no significa que practique el corporativismo social. Entre mis escasos amigos, además de casos perdidos para la causa, se halla alguna persona acaudalada, con un nutrido personal de servicio incluso, y he conocido el suficiente número de obreros como para saber que entre ellos hay también numerosos ejemplos de miseria moral. Pero cuando yo defiendo una escuela pública de calidad es porque creo, con razón, que el trabajador tiene tanto derecho como cualquier otro a llegar a ser un burgués sin escrúpulos o, llegado el caso, un hijoputa de ley.

martes, septiembre 16, 2008

DesEsperanza

Conviene no llamarse a engaño: en la mayoría de los casos, los profesores nos limitamos a ratificar el statu quo. Cuando uno observa detenidamente las estadísticas, los cuadros de movilidad social, llega a la desoladora conclusión de que la condición social de nuestros alumnos determina en gran medida su expediente académico. La duda que me asalta es cómo reaccionará el poder cuando los menos favorecidos extraigan la conclusión evidente de que prácticamente no hay escaleras para subir en la escala social y que, como en el Medievo, la cuna marca el resto de sus vidas. Se extrañarán de la quema de coches, de la respuesta iracunda, de los banlieus, y no faltará el político de turno que haga un paseo militar protegido por una legión de gorilas y sentencie: basura. Sostiene doña Esperanza Aguirre que no hay conflicto ideológico en la enseñanza. Sostiene también que hay un monopolio de la escuela pública con el que hay que acabar. Lo grave no es lo que sostiene. Lo grave es que su concatenación de falacias, verdades a medias y mentiras plenas consigue la aquiescencia y el apoyo inquebrantable de la mayoría de la sociedad. Ya sé que hablar de ideologías está mal visto, que son muchos los canallas que han medrado bajo sus paraguas, que no hay recetas universales, pero me duele admitir que mi papel es decididamente subalterno, que son otros quienes mediatizan el alcance de nuestra labor, cómo las comunidades escolares han ido perdiendo su autonomía decisoria hasta caer en el despotismo desilustrado. No me preocupan alumnos como Superlópez, uno de mis mejores alumnos el año pasado: es tan brillante que haría carrera incluso en el desierto; me preocupan todos aquellos a los que, además de tener la línea de salida mucho más atrás, corren atados de pies y manos. Eso sí, los gastos del correaje corren a cuenta de la Administración, y es que a rumbosos no les gana nadie.

jueves, septiembre 11, 2008

Crónica negra

Me consta que hubo años difíciles en el departamento, pero no he podido evitar un sobresalto cuando me he encontrado una pistola en un cajón, mientras hacía inventario. En tanto descubro que se trata de una pistola de juguete, me pregunto qué jefe anterior la habría guardado y para qué. Por unos momentos, me pregunto si no será preciso ponerla sobre la mesa en las reuniones, de modo disuasorio. Poco después, Ana, la directora, me dice que la Administración no va a nombrar ningún profesor más, por lo que hay que renunciar a los desdobles previstos. Pienso que este gobierno de doña Esperanza Aguirre, azote de herejes e iconoclastas, tiene su peculiar forma de disparar contra la enseñanza pública. En vez de pistolas, usa tijeras.

P.S.- Voy a hacer caso al alumno displicente: este liblog, que en un mes morirá en acto de servicio (ya se me ocurrirá otro), se toma un breve respiro. Como dijo Unamuno cuando le entregaron un premio: me lo merezco.

miércoles, septiembre 10, 2008

Seriedad

Mire usted, se lo diré sin ambages: se está cubriendo de gloria. Me pregunto si una modesta edición, con una tirada limitada de ejemplares que en el mejor de los casos van a leer algunos conocidos, justifica esta grosera exhibición de fracasos y ridiculeces. Con franqueza: es usted patético. No me sorprende en absoluto que algún compañero suyo, don Jesús, un hombre cabal y con sentido común, se apresurara a llamar a su esposa, Paqui, ven, Paqui, mira esto. Esto, señor profesor, es su blog, al que usted absurdamente llama liblog, con ese afán de originalidad que le pierde. Está usted mal aconsejado por ese otro alumno, probablemente uno del Bachillerato de Humanidades, que le anima a desnudarse sin pudor ante sus lectores, entre los que mal que pese me hallo. Escriba, si lo desea, no le hace daño a nadie, pero si lo que pretendía era crear un ensayo sobre la situación de la enseñanza en España, me temo que se equivoca en sus planteamientos. Con esta explosiva mezcolanza, este endiablado cóctel de populismo, narcisismo y, sí, victimismo, aderezado con una prosa errática, con vocación canalla a veces y otra erudita y pretenciosa, siempre plúmbea, no va a ninguna parte. Y no entiendo qué perra (perdón por el vulgarismo) le ha dado a usted con la enseñanza pública y concertada, es usted un hombre de fijaciones obsesivas. Limítese a cumplir con su horario, exponga los contenidos ordenada y razonablemente, no olvide que le pagan un sueldo aceptable por ello, y déjese de veleidades adolescentes. Perdóneme el símil, pero se parece usted a esas hetairas (y perdón de nuevo por la osadía) que se van desnudando mientras el público les va introduciendo billetes bajo la ropa interior. Metafóricamente, está usted haciendo lo mismo. Pero gratis. Tómese unos días de asueto, por dios, reflexione antes de que la situación sea irreversible y, sobre todo, despida como consejero áulico a ese no tan anónimo compañero mío, que será de Letras y puede que hasta repetidor.

P.S.- Llevo un día como jefe de departamento, y comprendo perfectamente que el que estaba hace dos años se haya fugado a Brasil y la del año pasado haya tomado las de Villadiego y se haya pasado al Aula de Enlace. Yo voy a pedir el traslado a Canadá.

martes, septiembre 09, 2008

El buen profesor

La primera premisa para ser un buen profesor es no creer que se es un buen profesor. Un antiguo compañero (no en mi actual instituto, por supuesto) cuya manera de caminar, gesticular, hablar, mirar, denotaba a las claras lo encantado que estaba de haberse conocido, fue enjuiciado de forma lapidaria por un grupo de antiguos alumnos con quienes me topé en una cafetería, años más tarde: es un gilipollas. Tomemos los ejemplos de Unamuno y Antonio Machado. El primero llegó a ser rector de una universidad prestigiosa, la de Salamanca, y escribió varios ensayos supuestamente profundos acerca de la inmortalidad y el ser; el segundo fue un profesor de instituto ambulante, que sufrió las chanzas a veces inmisericordes de sus alumnos y que nunca obtuvo en vida ningún galardón de postín. Tras la entrega de un importante premio, Unamuno replicó: me lo merezco. Sin embargo, no conozco a nadie que sea lector habitual de este emperingotado filósofo, mientras que son legión quienes siguen leyendo al bueno de don Antonio. Mi mejor profesor fue Eladio, especialista de Griego, de quien jamás olvidaré la sonrisa descreída y el andar cansino con que entraba en el aula. A diferencia de esos profesores insufribles que jamás dudan, nada se cuestionan, se limitan a ungirnos con su sapiencia, día tras día, con voz de púlpito, Eladio parecía balancearse continuamente sobre la cuerda de la cultura, como un funámbulo sin red debajo. Esto es así, pero también podría ser de otro modo, venía a decirnos. Loada sea la duda, proclamaba Bertolt Brecht. Y tenía razón: la duda es la huella de la inteligencia. Y de la decencia moral, me atrevería a añadir.

lunes, septiembre 08, 2008

Flotadores para el desierto

En mi opinión, no demasiado valiosa, lastrada como está por un fuerte componente escéptico, en las escuelas de magisterio y facultades de pedagogía te enseñan cómo manejar un flotador en el desierto. Me recuerdan inevitablemente a las instrucciones que las azafatas, con gesto rutinario y autómata, lanzan a los pasajeros de un avión en caso de accidente. Uno de los fragmentos más divertidos de la obra de McCourt, El profesor, es aquel en que trata de llevar a la práctica el aprendizaje académico y se plantea en qué posición debe recibir a sus alumnos el primer día de clase. Tanto devaneo es estéril: los alumnos le ignoran por completo y se dedican durante un buen rato a gritar y a arrojarse toda clase de objetos. Tan enojosa situación es resuelta por McCourt, en su debú profesional, atrapando un bocadillo que aterriza a sus pies y, ante el estupor de sus alumnos, comenzando a engullirlo con calma y morosidad. Lamento ser portador de malas noticias para los jóvenes profesores, pero la medida de su éxito o fracaso profesional será provocada por factores tales como su capacidad comunicativa, su aspecto físico, su sentido del humor, su fortaleza psicológica u otros factores, como el carisma, que no son materias curriculares en la universidad. Eso explica que, a medida que pasan los años, lejos de blindarnos con la experiencia acumulada, sintamos más temor a los comienzos de curso. Son tantos los imponderables, tan elevado el margen de azar, tan imprevisible la dinámica que se crea con cada grupo, que más vale encomendarse al patrono de los enseñantes y esperar que ese día no esté de vacaciones. En el fondo, se trata de un proceso de seducción colectiva. Y en este campo, como en el amoroso, hay quien nunca se come una rosca, quien siempre tiene que bailar con el más feo y quien desde el primer día, no importa en qué posición reciba a los alumnos, se da un festín pantagruélico. Dicho todo esto, conviene escuchar atentamente las instrucciones de las azafatas: hay ocasiones en que el avión cae dentro de un lago en el desierto.

sábado, septiembre 06, 2008

El cinturón es el adjetivo

Clase de 1º de ESO. Última hora. Ellos están cansados. Yo también. Toca explicar el adjetivo. Una alumna pregunta: ¿por qué es menos importante el adjetivo que el sustantivo? Decido echar el resto. Sin decir palabra, me quito el cinturón y me lo dejo colgando del cuello. Lógico estupor. Por primera vez en muchos minutos, se puede mascar el silencio. El cinturón es el adjetivo, les digo. Muchas veces sólo es un embellecedor. Lo grave sería quitarse los pantalones, digo... el sustantivo. Ya lo he entendido, me dice. Muy bien, le contesto, pero si alguna vez te quitas el adjetivo, ese día procura no ponerte unos pantalones que te queden anchos. Por si acaso.

Santoral

Si hay algo en lo que coinciden los ortodoxos de izquierda y los de derechas, es en la necesidad de disponer a mano de una serie de iconos o santos a los que venerar. En un caso, los prefieren con un toque gore: parrillas al rojo vivo, clavos, espinas y cilicios; en otro, les apasiona el modelo que, muy a su pesar, podríamos definir como americano. Viene esto a cuento de un reportaje sobre Daniel Pennac que aparece hoy en Babelia. Me consta que, también aquí en España, son legión sus seguidores y que, con cierto sarcasmo, podríamos hablar de un club de fans. Siento una desconfianza instintiva hacia todos aquellos que parecen haber descifrado la piedra de Rosetta y se dignan, compasivamente, a hacernos una traducción por un módico precio en dinero y en especie. Son asiduos de los medios de comunicación, personajes mediáticos que proclaman sin asomo de duda a los cuatro vientos su verdad arduamente conquistada y se nos presentan como modelos a imitar. Echo a faltar en muchos de ellos algún gramo de ironía, algún mejunje para rebajar la densidad de sus profecías, de sus recetas universales. Con aire condescendiente, se avienen a compartir con nosotros la fórmula del éxito, con palabras que más parecen un manual de autoayuda que un discurso serio. Lo que Pennac, sucintamente, viene a decirnos, es que transmitamos nuestra pasión por la literatura, que practiquemos la empatía, que no subestimemos a nuestros alumnos, que demos prioridad a la comprensión sobre la memoria y alguna otra consigna que nos remite a nuestra ILE y a Giner de los Ríos. Cómo estar en contra. Pero para decir semejantes obviedades no hay que ponerse tan solemne, tan fatuo, ni mostrar con orgullo apenas disimulado su rosario de éxitos. Es probable que los responsables de esta entronización, de estas canonizaciones más o menos laicas, no sean los Pennac y compañía, sino una sociedad inmadura que, en cierto modo, lo que ha hecho ha sido sustituir una liturgia y unos oficiantes por otros. Recomiendo en este sentido la obra de George Steiner Nostalgia del absoluto. Lo que intento explicar es que en la eterna pugna entre Sartre y Camus, yo estoy del lado de este último, aunque, a diferencia de aquel, ni siquiera tuviese la oportunidad de rechazar el Nobel porque nunca llegaron a ofrecérselo.

viernes, septiembre 05, 2008

Más de lo mismo

Y ya puestos, no, sigue sin caer en la tentación de opinar sobre el afán monopolista del partido del orden y la santa tradición, tú a lo tuyo, no te deslices por tu sempiterno y plomizo discurso, cuenta lo de aquel día, cuando te plantaste todo digno ante Alberto y Juan Luis, los jefes de estudios, y les dijiste, ay, espera que me da la risa floja, esta excursión se va a hacer le pese a quien le pese, y vosotros como jefes de estudios ya podéis ir dando parte a la inspección porque la voy a hacer, digáis lo que digáis, y ellos contemporizadores, pero, hombre, Juan, y tú ahí, en tus trece, irreductible, tan íntegro y tan gilipollas como a veces, perdóname el exabrupto, te pones, y tanto alarde cívico para tener que volver al día siguiente, orejas gachas, el rabo entre las piernas, gesto contrito, esto, que finalmente no se va a hacer la excursión, teniendo que dar explicaciones engorrosas, claro, es que se han borrado muchos chavales, y la verdad es que ahí Juan Luis y Alberto estuvieron generosos, magnánimos, podían haberse meado de risa, y sin embargo te dejaron salir vivo, se limitaron a esbozar una sonrisa plenipotenciaria, ecuménica, para que luego hables de los jefes, o puede que seas más indulgente con ellos ahora que empiezas a sentir el peso de la púrpura y que, por razones similares a las que tu padre llegó a ser sargento de la República, te dispones a asumir la jefatura del departamento, eso sí que es triunfar, macho, emparentarte con la nobleza, con el inolvidable, mítico P., por ejemplo, ¿ves como todo llega y al final el esfuerzo es recompensado?, resistir es vencer, jefe, tío, ahí es nada, enhorabuena, profe.

jueves, septiembre 04, 2008

De lo patético

Pero hombre, amigo, perdona que me cuele de nuevo, no sigas por ahí, te veo muy capaz de entrar al trapo sobre el propósito antimonopolista de doña Aguirre, eso no le interesa a nadie, así que cuenta algo gracioso, profe, practica la self-deprecation, ríete de ti mismo, eso es muy socorrido, a la gente le encanta ver cómo los otros muestran sus vergüenzas, qué si no striptease, y eso que suspendo inglés, es lo que hace un escritor que se precie, tú te lo puedes permitar, no todo el mundo tiene el José Coronado en su vitrina, cuenta por ejemplo aquella anécdota, cuando te acercaste en la sala de profesores a una colega y la invitaste a tomar café, y cuando ella, socarrona, te preguntó que por qué había sido ella la elegida, tú respondiste que porque solo invitabas a las mujeres atractivas o inteligentes, una más de tus salidas de pata de banco, de tus deslices, y entonces ella se dirige en voz alta a las presentes, una decena larga, y les pregunta la tía, ¿a vosotras os ha invitado alguna vez Juan a tomar café?, y ante el silencio general, remata: es que dice que solo invita a las inteligentes o atractivas, cuenta cosas así, de este tenor, y no hagas caso a la Aguirre, a fin de cuentas ella está ahí por la voluntad de los sabios electores, tan inteligentes y atractivos ellos que no te va a aquedar más remedio que invitarles, sí, a todos, a tomar café, a tomar café...

miércoles, septiembre 03, 2008

¿Por qué escribes?

Hace unos meses gané, seguramente por error o por la corrupción que no cesa (en cierto foro lo daban por seguro), un premio literario, como saben los desocupados lectores de este blog. Alguien, permítaseme la discreción, se apresuró a felicitarme: enhorabuena, me he enterado de que te han dado el José Coronado. En otra ocasión, cuando me prodigaba más en los concursos literarios, me dieron otro en cuya entrega tuve que asistir a un festival chocarrero del que salí por pies cuando la vedette de turno me invitó a subir al escenario para escenificar el numerito de la manzana deslizándose por sus pechos. Y no faltó otro cuya entrega tuvo lugar en el vestíbulo de un centro comercial, con los clientes y sus respectivos carritos transitando atónitos junto al escenario. Cuento todo esto porque se supone que esa parte, la del reconocimiento social y la recompensa económica, es la parte dulce de la historia, de modo que imagínense la amarga. Dicho todo esto, como respuesta a la pregunta inicial, imagino que uno llega a esto de la escritura por descarte, como en tantas otras cosas. Y también porque en la adolescencia, donde uno aún tiene sus guías y referentes, alguien te elogia por un escrito, un relato, y te deja marcado para siempre. Lo bueno que tiene esto de la escritura es que nadie te rebate o se solivianta durante el acto mismo, ya que la lectura no es inmediata y, durante un lapso de tiempo más o menos largo, tienes la sensación de que lo que has manifestado tiene algo de irrebatible o de coherencia. Imagino que también, como hablar, escribir te ayuda a clarificar los pensamientos. Puede que quien mejor, o más hermosamente al menos, lo ha expresado, haya sido García Márquez: escribo para que me quieran mis amigos. Si el propio Paul Auster manifiesta su incapacidad para contestar a la pregunta de marras, imagínense yo, alguien cuyo máximo logro literario, su momento de fama warholiano, ha sido ganar el José Coronado. Y, como dijo alguien que no se distingue por su veneración hacia mi persona, ya era hora de que ganaras algo, hijo. Aunque sea, permítanme el tono coloquial, uno con nombre de galán cinematográfico.

martes, septiembre 02, 2008

¿Por qué eres profe?

Profe, ¿por qué eres profe?, pregunta recurrente, reiterativa. Y difícil de contestar. Si acaso, algunas intuiciones. Provenir del medio rural, por ejemplo, donde el cuarteto no precisamente de Alejandría eran el cura, el alcalde, el secretario municipal y el maestro. Desde mi almena infantil, identificaba estas cuatro figuras con el éxito, de modo que imagino que parte de la respuesta a la pregunta, por duro que me resulte aceptarlo, radica en este hecho fortuito. Lo de ser cura no parecía la mejor opción para alguien que ya a la temprana edad de los 14 años se convirtió en un descreído irreductible, pero como comparto el juicio de Heinrich Böll acerca de lo pesados que son los ateos hablando a todas horas sobre Dios, no profundizaré en este asunto. Lo de la alcaldía también era harto improbable: la carrera de político no se halla en mi santoral, por decirlo suavemente; además, nunca me votaría a mí mismo, de modo que mal puedo pedir el voto ajeno. Yo como secretario, o en cualquier puesto de gestor burocrático, acabaría en un par de días con los archivos y la paciencia de los usuarios: que alguien sea capaz de llevar un mínimo orden con los legajos, carpetas, clasificadores, etiquetas y otros elementos similares me ha parecido desde siempre, abonado como estoy al caos, algo admirable. De modo que, por descarte, acabé siendo profesor, en un vano intento por emular a mis maestros escolares y por gozar de un mínimo de su autoridad y prestigio. Éramos tan pobres que un humilde maestro de los años sesenta nos parecía un triunfador en toda regla, un tiburón de las finanzas domésticas.

lunes, septiembre 01, 2008

Mira que eres canalla

No me pregunten por qué, mejor no, pero ha sido leer las declaraciones de la encargada del área educativa en la ejecutiva socialista madrileña, reconociendo el papel de la escuela concertada, su peregrina justificación aduciendo que el Partido Socialista no puede oponerse a las demandas sociales ni a los ciudadanos que la reclaman, la concertada, quiero decir, y simultáneamente han empezado a sonar en mi cabeza los acordes del Mira que eres canalla, del inolvidable Luis Eduardo Aute, mira que eres canalla, esto no se le hace a quien te quiere bien, colegas tanto tiempo, etcétera, etcétera. Me parece bien este pragmatismo de la ejecutiva madrileña del PSOE. Hay que navegar siempre a barlovento, y si la sociedad pide escuela concertada, hay que darle concertada; y si pide, pongamos por caso, que a los inmigrantes hay que pasarles por la quilla, pues, mire usted, qué le vamos a hacer, son un partido que toca de oído, atentos a los clamores populares, o sea. Déjemos los análisis, que siempre son peliguados, y ya se sabe que los pelillos a la mar, que es el morir, ¿o eran los ríos? Me gusta, lo confieso, la franqueza y la originalidad de Tomás Gómez y sus muchachos. Ellos han comprobado, elección tras elección, que quien barre en la Comunidad de Madrid es la derecha más recalcitrante, beata e iracunda. Pues, oye, habrá que tomar nota. Si el pueblo quiere caña, si tiene el capricho de la privatización del sistema público, pues, o sea, ¿sabes cómo te digo?, a la mierda Parla y welcome barrio de Salamanca, que por algo fue el único que se libró de los bombardeos franquistas, cuando la última guerra civil. Y no hagan caso a los demagogos radicales que van ladrando su rencor por las esquinas, coño. Sin complejos, que diría José María, ya no sé si Aznar o Escrivá de Balaguer, que Madrid bien vale una misa y un concierto (educativo, of course). Con un par, sí señora. Ya era hora que desde la izquierda se hablara como dios manda. Ahora bien, no olvide que esta gente, la gente de bien, siempre ha rechazado las imitaciones y que, puestos a colgarse un cocodrilo en la solapa, lo prefieren auténtico. Francamente, querida, my darling Menéndez.